Europa 84

Sábado 1 septiembre 84.

No recuerdo bien cómo llegamos al aeropuerto. Creo que Alejandro, el hermano de Anita, nos llevó a mediodía. Ahora recuerdo que estaban allí Lola y mis padres o solo mamá, creo. Al llegar al final de la fila para pasar las maletas, nos dimos cuenta de que un gran número de personas esperaban y que la cola no se movía. Gracias a Lola supimos que se trataba de un grupo de excursionistas que estaban a la espera del cupo en el avión y nosotros, que teníamos reservaciones, esperando detrás de ellos. Cuando pasamos los tiquetes, la recepcionista de Air France, muy amablemente nos dijo que no había puestos juntos.

Ante nuestra insistencia, nos dijo que debíamos esperar para saber si podíamos ocupar los cupos reservados para llevar nenes. Fue necesario llamar por télex para confirmar que tampoco en Venezuela iban a subir bebés. Luego sí pudimos pasar nuestras maletas y después de una corta espera en la cafetería, pasar a aduanas en donde nos encontramos con Martha Rincón y su esposo. Ya en el avión nos tocó compartir asientos con Martín Müller, un muchacho colombiano de ascendencia alemana, muy simpático y hablador que nos hizo muy grato el viaje.

Salimos de Bogotá a la 1:30 pm. Llegamos a Caracas a las 2:00 e hicimos una parada de 40 minutos allí. Luego continuó el vuelo. En total fueron 13 horas y media de vuelo. Oscureció a las 6 pm y llegamos a París a las 3:00 de la mañana, hora Colombia y a las 8:00 de la mañana, hora de Francia.

Durante el vuelo fueron servidas tres comidas, almuerzo, cena y desayuno, este último fue servido todavía de noche, por lo que tuvieron que despertarnos. Distracciones, audífonos para conectar al radio en la silla, una película de espías en inglés y francés que se quemó apenas empezaba, mis guías Michelín y las conversaciones de Anita y del paisa-germano.

Cuando aterrizó el avión, empecé a no creer que fuera posible que de verdad estuviéramos en Europa. Cuando el avión recorría la pista, empecé a mirar por las ventanas hacia todos los lados, esperando ver la Torre Eiffel o el Arco del Triunfo. Y me empecé a desilusionar. Todo lo que veía era un aeropuerto lujoso, pero como los de Colombia, o así me pareció.

Bajamos del avión, pasamos por aduana en donde nos sellaron los pasaportes, luego nos perdimos, pues no encontrábamos la sala de maletas y finalmente salimos sin que nos requisaran las maletas.

Domingo 2 septiembre 84.

Tan pronto salimos, nos asaltó a alguien a abrazos. Era la tía Tere. Una Tere cambiada, atractiva y más rellenita y toda emoción.

Nos sentamos a esperar a los Motos incumplidos, mientras hablábamos como queriendo decir tantas cosas, pero limitándonos a decirnos lo bien que nos veíamos y a contar nuestros sucesos del viaje.

Al fin llegaron Bernardo, Lilian y Andresito. Abrazos y anécdotas. Salimos luego, guiados por ellos, subimos a un moderno bus que transporta gratis a la estación de tren. Por el camino yo iba devorando todo con la vista: hermosos prados verdes, puentes y limpias autopistas. Ya en la estación me encuentro con la tecnología, un monstruo de aparato que vende boletos para el tren. Se oprime el botón del sitio a donde uno se dirige y la clase que uno desea y la máquina indica el precio. Se introducen las monedas y el aparato vota el boleto. Si quedan vueltas, estas son devueltas también por otra ranura.

Tomamos el RER, que es como se llama este tren rápido que hace muy pocas paradas y en el transcurso pude ver más céspedes verdes hasta que se introdujo bajo la tierra. Este fue el primer contacto con este mundo subterráneo de los trenes y los metros, que tiene toda una vida particular y en donde uno debe aceptar la oscuridad a mediodía. Llegamos a la estación de Montparnasse, que como algunas otras, tiene servicio tanto de RER como de metro. Allí salimos a la superficie a una oficina de cambio en donde adquirimos nuestros primeros francos. Estas oficinitas, al igual que los metros, son algo que uno comienza a tratar de descubrir en toda ciudad europea, pues son de lo más necesarias.

De Montparnasse tomamos un metro para la estación de Cambrón, en donde nos quedamos para ir caminando hasta el apartamento de los Motos.

Ya aquí comencé a salir de mi decepción. Desde antes de llegar a la estación, porque en esta parte del metro sale de la tierra y permite ver parte de la arquitectura vieja de París. Y camino al apartamento me encontré con el verdadero París: edificaciones con balcones metálicos negros y calles hechas de ladrillo. Fueron las primeras cosas que me deslumbraron.

En el apartamento almorzamos y probamos por primera vez los ricos quesos y vinos franceses. Luego nos bañamos con Anita en la tina y salimos todos al primer recorrido.

Tomamos un bus que nos llevó al Rond Point, ocupando el último puesto, el cual era en semicírculo y estaba completamente soleado. Bajamos y nos fuimos caminando por una Avenida bordeada por amplísimos jardines con varias hileras de árboles y muchos paseantes bajo ellos.

Desde lejos alcancé a ver el Gran Palais y el Petit Palais, los cuales traté de visitar posteriormente, pero sin éxito. Seguimos caminando hasta la Plaza de la Concorde, dominada en su centro por el Obelisco egipcio, de difícil acceso, ya que está situado en medio de varias avenidas muy anchas y congestionadas en extremo.

Pasamos todos a la carrera al otro extremo de la plaza, en donde se abre una puerta, en negro y dorado, que da paso a Las Tullerías, inmensos jardines con estatuas, fuentes y caminos que llevan también, en la misma línea, al museo del Louvre, pasando antes bajo el Arco del Carrusel.

Salimos luego por un lado del Museo y paseamos a lo largo del quai del Sena un buen rato, para después tomarnos unas cervezas en un clásico café parisino. Estos generalmente están situados en esquinas llenas de mesitas pequeñísimas, redondas, en donde apenas caben los pedidos. La gente va allí a tomar cerveza, café, el café turco, que es un tinto espeso, negro y bajito, o bizcochos, mientras mira pasar a los demás. Y esto es todo un espectáculo, sobre todo en verano. Muchachitas bonitas con escotadas blusas sin brasier debajo y apretados pantalones sin calzones debajo, y la gente con unas modas bastante raras, incluyendo los peinados punk de distintos colores o simplemente despeinados.

Fuimos caminando más tarde al Centro Pompidou, pasando por la Plaza de Chatelet y la Torre de San Jacques. El Pompidou, llamado “la Destilería”, que es una enorme mole de tubos, metales y escaleras que lo recorren en zigzag hasta la cima y con una atractiva plaza al frente, en donde se dan cita los más diversos artistas, los loquitos a quienes llaman saltimbanquis, músicos andinos, retratistas, gitanos, faquires, lectores de tarot, siluetistas, payasos, un hombre robot, Chaplin, etc. La gente los rodea y les da dinero. Dentro del edificio está el Museo de Arte Moderno, la enorme biblioteca, cafeterías, salas de concierto, archivos de filminas y tantas cosas más.

Algo que me llamó la curiosidad: debido a que la construcción sólo puede sostener un número determinado de personas, ahí en la entrada hay un contador y en la salida otro, y sobre las puertas el mismo está el número de personas que hay en el interior. Por supuesto, hay una persona vigilando el acceso, la cual suspende la entrada cuando llega al número tope. No recuerdo cuál es, pero sí recuerdo haber visto el 4000.

Del Pompidou nos fuimos hasta el Hotel de la Ville. Que no es un hotel, sino el nombre con que se designa a las alcaldías en Francia. Bajamos allí al metro, y nos fuimos al apartamento de los Motos. En ese momento estaba oscureciendo y ya eran las 9 o 9:30 de la noche. Estábamos extenuados con Anita. Era increíble tener días tan largos.

Lunes 3 septiembre 84.

Anita se queda fundida mientras yo salgo a pasear con Andresito. Conozco la casa de la UNESCO y la École Militaire. Y en frente de esta, la estatua del mariscal Joffre. Estamos mirando la guía Michelin (parte del éxito del viaje se lo debemos a estas guías) cuando dos señoras francesas se acercan a preguntarnos en qué nos podían ayudar y, en efecto, nos ayudan a dar con el camino más rápido para la Torre Eiffel.

Es estremecedor ver la Torre aparecer de un momento a otro. Altísima y con un hermoso cielo azul de fondo y, al final, los inmensos jardines en línea que es el Champ de Mars. Y más sorprendente se hace al acercarse uno a la torre hasta quedar bajo ella. En una de las cuatro patas de la torre estaban vendiendo boletos para subir y Andrés compró dos boletos, pero no nos dimos cuenta del error hasta muy tarde. Y es que en cada pata de la torre venden una forma diferente de ascensor, y la que compramos era para subir por escalera hasta el segundo nivel. O sea, hasta donde llegan las escaleras, y después sólo hay un ascensor.

Cuando llegué al primer nivel estaba empezando a sudar y al llegar al segundo nivel, estaba lavado de sudor. Esta plataforma queda a 115 m de altura. Era el equivalente a subir un edificio de casi 60 pisos, si se calcula que cada piso tenga una altura de dos metros.

Pedí una cerveza que me tomé de unos pocos tragos, pero pronto empecé a sentir el cuerpo completamente frío. Iba solo con una camisa de manga corta, por lo cual el fuerte viento que allí hacía, me secó el sudor, enfriándome el cuerpo. Casi me bajo a buscar un saco, pero Andrés me insistió que siguiéramos, así que tomamos el ascensor que nos llevó al último y tercer nivel, a 300 metros. Por primera vez en la vida, sentí vértigo cuando iba en aquel ascensor de vidrio que subía a gran velocidad. Salí sintiéndome mal a una cabina relativamente pequeña, circular y con vidrios panorámicos a todo su alrededor. Una escalera partía de allí hasta la terraza descubierta. Pensé que si hubiera ido solo, o si se hubiera detenido el ascensor a mitad de la marcha, no hubiera llegado hasta donde estaba.

Le dije a Andrés que miráramos por los ventanales, mientras me tranquilizaba del vértigo. Luego, si subimos. Creo que es un espectáculo único en el mundo. Se me olvidó el helado viento que corría y el vértigo. Una ciudad en miniatura se mueve bajo los pies de uno y no es una ciudad cualquiera, sino una que tiene un ancho río que la atraviesa completamente y que rompe la monotonía que pudieran crear la similitud de techos y autos. Además, el diseño urbanístico es muy especial, con curiosidades como la del Arco del Triunfo, de donde se desprenden doce grandes avenidas. No es una ciudad cualquiera, es París. Y desde la Torre empieza uno a quererla, pues la conoce con precisión. Una cosa es montar solo en metro, otra conocerla desde un bus, y otra es conocerla desde la Torre Eiffel. Desde allí, con un mapa en la mano, se ubican todos los puntos que va uno a conocer más tarde. Además, existen telescopios que, por 2 francos, le permiten a uno ver lo que quiera por unos 3 minutos. Desde allí logramos enfocar el edificio en donde vivían los Motos. Además, tomé fotos en secuencias que abarcan casi media ciudad.

Volvimos a almorzar bastante pasado el mediodía. Por la tarde salimos ya con Anita y Tere a la Ópera en metro. Tan pronto como uno sale de la estación, se enfrenta con el techo verde de la edificación. Debe ser dorado cuanto no está con el óxido. Entramos y luego dimos una vuelta a su alrededor.

Fuimos luego a la Plaza de Vendome, en cuyo centro hay una alta columna hecha con el bronce de 1200 cañones de una de las batallas de Napoleón, que está en lo alto de la columna. Alrededor de este monumento hay mansiones famosas, como el hotel Ritz y el Ministerio de Justicia, entre otros.

Conocimos después la Iglesia de la Madeleine en forma de templo griego y rodeada por columnas. Allí nos encontramos con una pareja de colombianos que me pidieron el favor de tomarles una foto.

Desde este sitio queda muy cerca la Plaza de la Concordia, pasando por el restaurante Maxim’s.

Ah, olvidaba una parada en la bizcochería Fouchon, a comer helado de citrón, delicioso limón verde, cerca de la Madelaine.

Después sí conocimos el apartamento de Tere, estación Filles du Calvaire. Pero es posible también bajar en Oberkampf. El apartamento es pequeñito, con una excelente utilización del espacio.

Luego, nos devolvimos al apartamento de los Motos, el cual lo lleva a uno en un mismo metro, sin necesidad de hacer correspondencias.

Martes 4 septiembre 84.

Empezamos el día en forma un poco accidentada. Nos habíamos puesto desde el día anterior una cita con Tere en la estación de Saint Michel, sin advertir que allí no llegaba el metro en forma directa. Así que nos perdimos. Estaba lloviendo a cántaros y fue imposible encontrarnos. Después, supimos que ella se había vuelto a su apartamento.

Cuando escampó, empezamos solos con Anita a hacer nuestro recorrido. Rodeamos gran parte de la isla de la Cité, que alberga el conjunto de edificios que forman el Palacio de Justicia, la Consejería y el interior de la Iglesia de la Santa Chapelle. Del primero sólo vimos Ticos y la fachada. Del segundo, sí entramos para conocer principalmente la celda en la que estuvo presa María Antonieta, la cuchilla de la guillotina que la degolló, sillas, mensajes y jarras de su propiedad. Todo el sitio oscuro y frío. Del tercero, la Santa Chapelle, fue el que más nos gustó. Para mí, es la iglesia más bonita que vi en todo el viaje. Situada, como dije, en el interior de la mole de edificios, es una capillita pequeña pero preciosísima hasta en sus más pequeños rincones.

Sucedió que Anita no recordaba cómo era y, cuando terminamos de admirarla, vi un par de pequeñitas puertas a lado y lado de la entrada principal. Mi curiosidad hizo que entráramos por una de ellas y nos vimos en una escalerita en caracol. Al final de esta, casi me voy de para atrás, de la sorpresa. Lo que habíamos visto era la capilla de los siervos y lo que vimos en este segundo piso era la capilla real. Era una altísima sala rodeada de enormes vitrales, los más hermosos que he visto en mi vida.

Ya en el exterior del conjunto, en el lado que da al Sena y que corresponde a la Consejería, se ven cuatro torres que se reflejan en el río. Una de ellas, la llamada Torre de Plata, contiene el Tesoro.

Almorzamos en el apartamento de Tere y salimos luego con ella a la Plaza des Vosges. Es una plaza alrededor de la cual fue construido el barrio real, con un pabellón del rey y otro de la reina. En el primero, se encuentra la casa de Víctor Hugo, la cual visitamos. Allí fotos, muebles, salones chinos, pinturas y esculturas. Nos dirigimos luego a la calle San Denis, famosa por ser la calle de las prostitutas. Después de recorrerla, entramos a un Sex shop en donde vimos dos películas, en unas cabinas bastante cómodas. En una, nosotros y en otra Tere. Cada una con silla y ventilador. También hicimos allí algunas compras.

Recorrimos por último el Barrio Latino, que yo pensaba que debía su nombre a que lo habitaban estudiantes latinos, pero que se llama así por ser antiguo asentamiento romano. Es un bonito barrio costoso, parece, con callecitas tortuosas y bulliciosos restaurantes que muestran sus viandas preparadas en las vitrinas.

Miércoles 5 septiembre 84.

Este día estuvo casi por completo dedicado al Museo del Louvre. Fuimos solos Anita y yo. El metro nos dejó muy cerca y entramos por una puerta lateral que, curiosamente, no estaba muy concurrida. La principal tenía colas larguísimas.

Nos guiamos desde el comienzo por la guía Michelin. Como sabíamos que era una empresa imposible tratar de conocer todo el Museo, nos propusimos ver lo más importante. Sin embargo, al final nos dimos cuenta de que el Museo no es tan, tan, enorme como parece, pues solamente el cuadrado principal y una sola ala del edificio, está destinada al museo y dos de los tres pisos. Pudimos ver casi todo lo que queríamos. Empezamos buscando las salas egipcias y, mientras las encontrábamos, admirábamos las de los griegos y de los romanos, sin detallarlas mucho. La Venus de Milo, la Victoria de Samotracia, las Cariátides.

Como no encontramos las salas egipcias, subimos al segundo piso y recorrimos el pabellón de los primitivos italianos y franceses (Giotto, Ghirlandaio, Fra Angelico, Poussin, Le Brun). Seguimos luego con la escuela francesa del siglo XVIII (Watteau, Boucher, Fragonard) y del siglo XIX (David, Delacroix e Ingres). Y la escuela italiana (Leonardo, Rafael, Veronés, Caravagio). Luego las escuelas flamenca y alemana (Rubens, Rembrandt, Cranach) e inglesa (Gainsborough).

Salimos a mediodía a nuestra llamada de los miércoles a Bogotá, a hablar con nuestros hijitos. Debía ser a la 1:30 pm, para lograr encontrarlos a las 6:30 de Bogotá, cuando aún no habían salido para los colegios. Por el camino, creo que Anita entró a un baño público individual. Son cabinas en la mitad de la acera, que se abren después de introducir una moneda y que, una vez adentro, tienen música ambiental. Y dicen que una vez sale la persona, se lavan completamente con agua caliente. El inodoro tiene un sistema turco que ya habíamos conocido en San Denis.

Entramos con Anita y Tere a un café y al poco tiempo de haber ido Anita al baño, volvió sorprendidísima y asustada, a decirnos que en el baño no había taza. Tere soltó la carcajada y nos explicó que era un higiénico baño turco, que es una versión moderna y embaldosada de nuestras letrinas del campo. Fue Anita de nuevo y volvió luego aún más sorprendida a decirnos que no había luz. Y nuevamente fue Tere la que nos explicó que el baño se iluminaba hasta el momento en que se cerraba con seguro. Fue esta una divertida primiparada.

Después de la llamada a nuestra casa, almorzamos y volvimos al Louvre, en donde terminamos de ver la sala española de pintura (Goya) y las antigüedades egipcias. Por fin las encontramos y las visitamos a grandes pasos porque ya iban a cerrar, pues eran ya las 6.

Salimos del Museo y alcanzamos a conocer el Palais Royal con sus bonitas coronadas, sus inmensos y tranquilos jardines con estatuas y fuentes, rodeado todo por galerías. Allí, Richelieu mandó construir la Casa Real para Luis XIV.

Jueves 6 septiembre 84.

Salimos acompañados de Tere para la Gare du Nord, en donde hicimos nuestras reservaciones de tren para el día siguiente hacia Bruselas.

Luego, fuimos a una postal a enviar cartas, entre otras, a nuestros hijos y padres, y llamamos por teléfono a pensiones de Florencia para tratar de reservar también alojamiento para mi viaje, proyecto que luego varió. Pero no fue posible hacer las reservaciones, pues era necesario hacer un giro y sin mayores seguridades. Creo que almorzamos luego con sándwiches griegos en una placita llena de palomas y niños, y nos dirigimos luego a Notre Dame.

Recuerdo ante todo su imponente portal, con infinidad de figuras medievales. San Denis, con su cabeza en las manos, que casi no logró fotografiar por culpa de un bus de Excursionistas. Visitamos su interior, del que no recuerdo mayor cosa. De pronto, unos frisos alrededor del altar. Y dimos luego la vuelta por su exterior, lo cual bien vale la pena, pues es increíblemente variado y hermoso con sus contrafuertes góticos en forma como de patas de araña.

Visitamos enseguida el Panteón. Pienso ahora que fue por el camino a este sitio que debimos haber almorzado, pues queda situado en el Banco Izquierdo de París, abajo. Es una construcción en forma de cruz griega, bastante iluminada en su interior, cosa bastante rara, de espacios amplios y altos, de gigantescas columnas y muros pintados en su mayoría por Puvis de Chavannes. En él están enterrados, entre otros, Voltaire y Rousseau. Tere nos esperó afuera.

Tratamos de conocer los Jardines de Luxemburgo, pero como sucedió luego dos veces más, la lluvia lo impidió. Lloviendo, fuimos, sin embargo, al sastre. Gil se llama el local. A donde Geppetto, pues a Anita se le pareció a este personaje el particular sastre que varias piedras me sacó, pues era un viejito chocho y mandón.

Caminamos después hasta el Hotel de Cluny, pero desafortunadamente no lo conocimos por dentro. Seguimos hasta la Sorbonne, la cual sí conocimos por dentro en sus pasillos, patio y hasta un aula circular. Y es todo sobriedad y seriedad. Terminamos acá, ya que partimos temprano para el apartamento de los Motos a descansar.

Viernes 7 septiembre 84.

Salimos a las 6 am en metro hacia la Gare du Nord. Acá voy a hacer un paréntesis para anotar, algo que por estos días estuve recordando ya con dificultad. Es sobre la línea de metro que nos llevaba, tanto a donde Tere como a donde los padrinos. Era la línea Creteil-Balard, respectivamente orientada. Y vale la pena decir algunas cosas acerca del metro en París. Tiene 15 líneas, 280 estaciones, las mismas que el de Londres y, lo más sorprendente, es que ningún punto de la ciudad está a más de 500 metros de una estación.

El viaje en metro es algo necesario y rutinario, que en este momento no se decir si lo recuerdo en forma agradable o no. Pero sí recuerdo que, estando en París, no me entusiasmaba mucho y prefería utilizar el bus, cosa que, en realidad, muy pocas veces pude hacer, pues el metro ahorra tiempo y es muy sencillo para evitar pérdidas.

Allá, los latinos que viven hace un tiempo se molestan diciendo que ya se está adaptando a la ciudad cuando uno va poniendo “cara de metro”. Y es que es algo curioso. Es un sitio donde casi todo el mundo deja de mirarse de frente. Los franceses han tratado de evitar esta Incomodidad por medio de la lectura. Todo el mundo lee. O si no, lleva una cara de gran impersonalidad. Eso dice Tere. Yo no vi tanto esto último.

Bueno, y continuó con el recorrido de este día. Salimos a las 7:10 am con rumbo a Bruselas, en primera clase, como todo nuestro recorrido con el Eurailpass. Este fue el primer viaje y fue excelente. Los trenes franceses son los más modernos, rápidos y suaves. Además, iba muy poco concurrido. Solo iban ocupados algunos puestos por elegantes y acartonados ejecutivos.

A las 9:30 estábamos en la Gare de Bruselas Zuid. Allí, consultamos el Frommer y llamamos por teléfono a tres pensiones que estaban llenas. Nos asustamos, pero la cuarta, la pensión Astoria, tenía cupo por esa noche. Salimos y estaba lloviendo. Tomamos un metro, llamémoslo “Superterráneo”, porque sólo transitaba fuera de la tierra, el cual nos llevó a nuestro alojamiento. Me llamaron la atención los avisos publicitarios por parejas sobre lo mismo, uno en francés y el otro en flamenco, que es un holandés antiguo, dicen. Íbamos un poco perdidos cuando una señora española nos indicó dónde debíamos bajarnos. Aún bajo la lluvia llegamos a la pensión, en donde nos atendió la dueña, una italiana simpatiquísima que hablaba el francés, el inglés y el africano, y otros muchos idiomas, con un fuerte acento italiano. Pero a todo el mundo le entendía. Creo que había vivido en el África y tenía fotos de animales feroces y uno que otro trofeo en las paredes.

Nos llevó a la habitación, vieja y un poco húmeda, con una gotera, pero bastante habitable por una noche. Dejamos las cosas y salimos a almorzar por ahí cerca, por una calle peatonal en un restaurante italiano, una especie de flan, y un mousse de queso con perejil.

Luego nos dedicamos a conocer los sitios de interés de la ciudad, que en realidad resultaron pocos. El Palacio de Justicia, la Catedral de nuestra señora de Sablón. El Palacio Real y la Plaza de Bruselas. Y lo que más nos gustó, el ala clásica del Museo Real de Bellas Artes, con toda una sala de los Brueghel y de el Bosco. Pero no dejo un momento de llover. Así que las fotos eran toda una proeza, mientras Anita sostenía el paraguas y yo protegía la cámara de la lluvia con la mano. Hubo una caída de Anita en plena calle, lloviendo, por culpa de mis arrebatos de fotógrafo, en un momento en que yendo por la acera pegué una carrera al centro de la calle a tomar una foto. Anita se descontroló, me siguió, vio autos, se trató de volver y se cayó. Afortunadamente no fue muy fuerte el golpe.

Fuimos también esa tarde a la Gare Central a preguntar por las salidas hacia Brujas. Y nos regresamos al hotel a acostarnos un rato. Salimos ya tarde a comer algo y nos volvimos a dormir después de hablar con Loretta.

Sábado 8 septiembre 84.

No nos esperamos a tomar el desayuno al que teníamos derecho en el hotel, sino que salimos desde las 6:00 de la mañana. Íbamos tan dormidos que, al rato de ir en el metro, Anita me preguntó si ya estábamos cerca de la Gare du Midi. Le dije que yo creía que ella estaba fijándose. ¡Pues no nos habíamos fijado ninguno de los dos! Ni el número del tranvía que habíamos tomado, ni por dónde íbamos. Fuera de eso, aún era noche cerrada. Fuimos rápido a preguntarle al conductor que resultó ser una conductora, si esa ruta nos dejaba cerca a nuestro destino. Ella nos dijo que no e hizo algo que hace de Europa algo tan diferente a Colombia. Pitó e hizo señales a otro tranvía que iba en sentido contrario. Pararon en un sitio que no era una estación y esperaron hasta que nos cambiamos de rumbo. Alcanzamos, sin embargo a salir a tiempo hacia Brujas, a donde llegamos al poco rato.

Buscamos el restaurante en la estación para desayunar. Era un restaurante o bar en donde había personas tomando cerveza, ya algunos pasados de copas. Y era un ambiente nostálgico muy especial. Se me hizo que así deberían haber sido algunos de los bares de posguerra. El bar lo atendía una bella rubia. Miramos la carta y no entendimos nada y como cosa sorprendente, allí no estaban los dos idiomas, sino solamente el flamenco. Alcanzamos, sin embargo, a descifrar algunas palabras que debían significar café y frutas. Por señas se lo indicamos a un camarero. Pero sin duda nos equivocamos en las raíces traducidas o los platos estaban incompletos, porque por un precio bastante alto nos llevaron dos cafés y seis panes. Era tal el hambre que nos comimos todo y salimos luego de la estación a buscar un bus (fue política general no tomar taxis para aprender a bandearnos), que nos llevó al centro de la ciudad en un cuarto de hora.

La Place Principal es verdaderamente hermosa. Brujas es un pueblecito que vive del turismo y por tanto, está perfectamente limpio y cuidado. Tiene edificaciones en alguna forma pequeñas o dan esa impresión, con calles en zig zag y con bastantes canales rodeados por casas con esplendorosas enredaderas y ventas de flores.

En un almacén compré un mapa de la ciudad, mientras Anita salía de apuros. Luego conocimos unos de los sitios más típicos y bonitos de Brujas. La Lonja con su torre, que domina toda la ciudad. En el primer piso compré otra guía y luego empecé el ascenso. Es larga y pesada la escalera en caracol que lleva la torre. Allí hay dos espectáculos. La vista de toda la ciudad y las 47 campanas que entonan cada hora una pieza de Bach, en ensordecedora melodía para quien la oye desde el campanario.

Desde casi todo punto de la ciudad, se ve esta torre de 85 metros y se oye el carrillón. Me pareció tan excitante la vista que convencí a Anita que subiera y le gustó, aunque se mareó. Compramos a la bajada unas cuantas chucherías, y empezamos un recorrido recomendado en la guía, empezando por un conjunto de construcciones que rodean la Plaza Mayor de los que sobresalen el Palacio Provincial y la ya nombrada Lonja. Luego fuimos a la otra plaza grande cercana a la primera, la Plaza del Burgo. Allí hay un mayor número de sitios de interés rodeándola. La Basílica de la Santísima Sangre, de estilo románico, el Ayuntamiento, con las numerosas estatuas en su fachada, la antigua Escribanía, el Palacio de Justicia y el Prebostazgo, estos dos últimos de estilos muy parecidos.

Pasando por un pasadizo que atraviesa la antigua Escribanía, pasamos a hacer un rápido recorrido por una tortuosa calle que nos llevó a la venta de mariscos, al Museo Groeninge, al Canal de las Enredaderas, a la venta ambulante de preciosas antigüedades y ya se nos hizo tardísimo para la vuelta a la estación. La vuelta fue todo un apuro, ya que la gente no entendía ni el inglés ni el francés. Los pocos que nos atendieron nos entendieron, nos medio orientaron hacia el paradero del bus, pero la congestión de mediodía casi nos hace perder el tren.

Fue una lástima no haber dispuesto por lo menos de otro mediodía, para acabar de conocer este pueblito de muñecas que encierra tanta historia y tanto arte.

Y salimos para nuestro encuentro con Loretta. El tren pasó por Antwerpen (que quién lo creyera, es el mismo Amberes) aún en Bélgica, hasta llegar a Roosendaal. Ya en Holanda, cambiamos de tren y tomamos otro con destino a Zolle. Acá nuevamente debíamos cambiar. Pero aquí llegó el primer problema. Loretta nos había dicho que este era un tren largo de dos mitades, que en la mitad del camino se dividía para dos sitios distintos, así que había que tomar el indicado. Y que “generalmente” era el de la mitad delantera el que iba a Hoogeveen, nuestro destino final.

El caso fue que Anita preguntó al muchacho de la estación donde nos subíamos y él le dijo que en la parte trasera. Yo me extrañé, pero como Loretta nos había dicho que “generalmente” era adelante, eso indicaba que ocasionalmente pudiera ser atrás, así que nos montamos y fuimos a dar a la porra. Y todo porque según nos dimos cuenta luego, el muchacho del tren había entendido Heerenven, ciudad que efectivamente quedaba hacia donde equivocadamente íbamos.

Afortunadamente viajábamos con el Eurailpass, lo que nos permitió bajarnos cuando me di cuenta del error, llamar a la Casa de Loretta y tomar el tren de vuelta hasta el sitio donde nos habíamos equivocado, y tomar el camino correcto. Pero cuando llegamos a Hoogeveen ya Loretta no nos esperaba.

Yo, por precaución había anotado la dirección, así que salimos de la estación, tomamos el primer bus que pasó y le preguntamos al conductor si ese bus nos dejaba cerca a la dirección anotada. Después de lo sucedido en el metro de Bruselas, no debería habernos asombrado lo que sucedió, pero sí nos asombró. El conductor paró el bus, apagó el motor, sacó un mapa y se puso a buscar la calle que le dimos. Luego nos dijo que sí nos servía, nos vendió los tiquetes y arrancó.

Sin embargo, no habían terminado las dificultades. Ese día, unas cuadras adelante, el bus se detuvo y el conductor cogió su saco y el dinero y se bajó. Al rato subió otro conductor y arrancó. Me asusté y luego de esperar que el bus recorriera cuadras y cuadras (no era tan pueblito), me desesperé y pregunté como pude la dirección al chofer. Este me dijo que sí, que su antecesor ya le había dado la dirección nuestra (Kruistraat se llamaba) y en efecto, al poco tiempo nos dijo dónde bajarnos y nos dio las señas para llegar. Pero aún quedaba otro impase en nuestra odisea. Cuando timbramos, nadie nos abrió. El timbre estaba dañado y sólo hasta después de algunas vueltas en los alrededores y volver lo supimos.

El encuentro con nuestra amiga fue muy bonito. El apartamento era moderno y cómodo. Comimos y nos fuimos a dormir.

Domingo 9 septiembre 84.

Desde que amaneció estuvo lloviendo. Hicimos pereza. Almorzamos y Loretta nos propuso ir al Museo Krüller-Müller, en donde había un evento pocas veces visto. Se habían logrado reunir 250 obras de Van Gogh. Aceptamos inmediatamente. La madrastra le había dicho que ponía el auto a nuestra disposición, así que fuimos caminando hasta la estación y tomamos un tren hasta la estación de Meppel, en donde nos esperaba la señora y salimos hacia el museo. Fue un largo recorrido por organizadas autopistas con muy buenas señalizaciones. Pero hubo una mala noticia al final del recorrido. Había cientos de carros a la entrada del Museo. Loretta fue a comprar las boletas y regresó con la mala nueva. Había una cola de carros hasta el museo mismo y no recomendaban que compráramos las boletas, pues mientras llegábamos daban las 5:00, hora en que cerraban.

De verdad me entristeció. Pero no había nada que hacer. La amable señora, Emmie, nos llevó entonces a Zutphen, su ciudad natal. Una antigua ciudad amurallada con casas de bonitas fachadas. Luego nos llevó a conocer un tradicional pueblito de aldeanos holandeses que aún guardan sus tradiciones intactas, como el hecho de no hacer nada los domingos, excepto ir a misa en grupo, vestidos con sus trajes típicos. Las casitas, todas con marcas azules y rojas, se alinean a lo largo de la carretera y sólo muy pocas casas han sido construidas hacia el fondo. Estas últimas pertenecen a sus hijos y nietos. Tomamos onces en la estación y, como siempre en carreras, tomamos el tren de vuelta a Hoogeveen. Loretta nos hizo una deliciosa comida, tomamos vino, yo me fui a acostar y Anita se quedó hasta tarde hablando con Loretta.

Lunes 10 septiembre 84.

Llovió toda la mañana, así que estuvimos descansando mientras Loretta tenía una reunión de trabajo cerca de allí. Conocimos a pocas cuadras del apartamento, el único sitio de interés del lugar: su vetusto molino, que aún funciona produciendo mensualmente cierta cantidad de centeno, creo.

Almorzamos en casa con Loretta y tomamos luego el tren para Ámsterdam, pues en vista del tiempo, nuestra amiga había decidido pedir a una tía que vivía allí que nos recibiera por esa noche. El viaje duró unas 5 horas y llegamos a Ámsterdam a las 7:30 pm y a pesar de ya estar oscureciendo, tomamos una excursión en barco para recorrer los canales. No fue una maravilla de paseo, ya que a más de la oscuridad, estaba la lluvia. Y los barcos no iluminaban mucho. Sin embargo, pudimos apreciar las fachadas de los edificios cuyos techos revelan el siglo en que fueron construidos. Y pudimos recorrer los cuatro canales principales en forma de herradura alrededor de la estación central: el Canal del Anillo, el de los Caballeros, el del Emperador y el de la Princesa. En uno de estos, vimos la casa de fachada más estrecha de Ámsterdam. En otro tiempo, los impuestos dependían del tamaño de la fachada, que tenía, como todos, la famosa polea en los frontones para subir muebles.

Después recorrimos algunas oscuras calles hasta llegar a las de las prostitutas, en donde pudimos curiosear dos ventanas en donde se exhibían un par de mujeres sentadas y vestidas en negligé e iluminadas con luces de neón rosadas y azules.

Empezó luego a llover, por lo que nos entramos al primer restaurante chino que vimos, el cual resultó carísimo, y cometimos la animalidad de pedir tres platos, por lo que dejamos como uno y medio.

Salimos ya cansados y nos fuimos a casa de la tía en metro. Ella, muy amablemente nos había dejado un pastelito y jugo para que comiéramos. Además, bajó en bata a saludarnos y estuvo un rato con nosotros y a pesar de su regular inglés y su mala vocalización, nos pareció una mujer extremadamente cálida. Nos fuimos luego a dormir al tercer piso de la casa, un apartamento con biblioteca, dos camas y un baño.

Martes 11 septiembre 84.

El día siguiente nos levantamos no muy temprano, pues estaba lloviznando y tomamos un larguísimo pero bonito desayuno familiar con nueces, jugo, café, huevo y uvas. Nos despedimos y salimos a las 11:00 de la mañana a recorrer lo que pudiéramos de Ámsterdam. La Plaza de Leid y el Patio de las Beguinas y la Torre de la Moneda. Al final de unas callecitas muy parecidas a los del Barrio Latino en París. Allí nos despedimos de Loretta, nos tomamos un café y tomamos un metro “súperterráneo” que nos llevó al museo Van Gogh.

Esta fue una visita maravillosa. Tienen allí una completa colección del artista, en donde se ven todos los estilos utilizados en orden cronológico, desde sus periodos opacos, sus primeras obras maestras, los comedores de sopa de papa, su período brillante, su interés por el estilo japonés, sus girasoles, sus autorretratos, sus campos de trigo y sus ramas entrelazadas, estos últimos típicos de sus crisis.

Volvimos deprisa a la Estación Central, pasando por el Mercado Flotante de flores y la Iglesia de San Nicolás, en donde tomamos el tren de regreso a París, a dónde llegamos contentos por el retorno al apartamento de Tere.

Miércoles, 12 septiembre 84.

Este fue un día de gestiones muy poco turístico. Salimos como a las 10:30 de la mañana con la tía Tere y nos dirigimos en bus a la Gare du Lyon. En la ruta que tomamos, los buses tienen en la parte de atrás un balconcito descubierto muy bonito. Tere se bajó en el paradero anterior a nuestro destino y nos tomó una foto en el bus y luego nos encontramos en la Gare. Allí buscamos la venta de couchettes para Florencia y reservamos el cupo para el viaje de Anita. Pero no fue posible hacerlo porque yo no había llevado los Eurailpass. Así que tuvimos que dejarlo para por la tarde.

Fui por la prueba a donde el sastre y luego de cambiar algunos dólares, volvimos a almorzar al apartamento de Tere. Regresamos después a la Gare du Lyon y nos sentamos más tarde a tomarnos una cerveza al frente de la Iglesia de San Germán des Prés, en donde se instaló un imitador de Charles Chaplin.

Nos quedamos esa noche en casa de los padrinos.

Jueves 13 septiembre 84.

Salimos temprano con Anita y tomamos el metro para el Hotel des Invalides. Nos detuvimos a la entrada para admirar la gran explanada, la cual desemboca en el más bonito puente del Sena, el Alejandro III. Desafortunadamente, este puente fue uno de los lugares que quedamos sin conocer de cerca. Tan sólo lo vimos desde el punto en que estábamos y más tarde lo atravesamos por debajo en barco.

Cruzamos el jardín y la puerta de la majestuosa edificación y entramos al Cour d’honneur. Al fondo de ésta hay una estatua de Napoleón que Anita imitó irreverentemente para una foto con la mano entre el abrigo. A un lado, está la entrada al museo de la Armada, que no interesaba mucho a Anita y que yo quedé de visitar luego. Otro punto que quedó sin conocer.

Entramos luego a la Iglesia de los Soldados. Grande, iluminada con unas imponentes y repujadas barandas de oro y cientos de banderas al lado y lado del techo. Son las banderas de los ejércitos que se rindieron a Francia. Curiosamente había creo que dos tenían la cruz gamada. Salimos y atravesamos un corredor en un patio en donde había una réplica de la tumba de Napoleón en la isla de Santa Elena.

El corredor daba a un jardín y a la vuelta estaba la entrada de la iglesia del Duomo. Curiosamente es la misma de los soldados, que se divide en dos por la mitad y se comunica solo por unos enormes ventanales en su parte superior. Allí visitamos las ocho tumbas de generales y la cripta en donde está la tumba de Napoleón, rodeada de grandes columnas con estatuas de mujeres que simbolizan las batallas en que participó.

Afuera del Duomo está la estatua de Manzard, el arquitecto de la iglesia. Muy cerca de allí, a unas dos cuadras, queda el Museo de Rodin, que también conocimos y en el cual pasamos el resto de la mañana. Es una casona con grandes jardines habilitados como museo. Dentro de la casa vimos entre los que más me gustaron, el Beso, las Manos de Dios, el Grito, Danae, el Hijo pródigo y la Catedral. En los jardines, el Pensador, Balzac y los Burgueses de Calais.

Volvimos al apartamento de Tere enfurruñados por una pendejada, creo que por los afiches y almorzamos con Alexandra Pineda, que estaba de visita. Tomamos unas varias copas de ron Bacardí.

Nos pusimos una cita con Lilian para encontrarnos a la entrada del Jeu de Paume (Juego de Palmas). Fue una visita relámpago en donde yo no pude ver sino el primer piso. Tolousse, Degas, Fantin Latour, Monet y Manet.

Cerraron a las 5 y salimos al obelisco, en la plaza de la Concordia, en donde habíamos quedado de encontrarnos con Tere. De allí fuimos a un cafecito en donde tomamos café y bizcochos. Luego, ya oscureciendo, Tere tuvo la maravillosa idea de que hiciéramos el recorrido en barco por el Sena. Y en el Bateau Mouche (el barco mosca), conocimos París durante una hora, que pareció un viaje mucho más largo por lo encantador. Era un barco inmenso. Cabrían unas 500 personas, con enormes y potentes reflectores a los lados, que permitían ver las edificaciones al lado y lado del Sena, como si fueran arreglos coreográficos, así como los puentes, la Tour Eiffel y las islas de la Cité y de San Louis. Fue, de verdad, otra gran experiencia.

Bajamos encantados, fuimos a tomar un café con hamburguesa y luego al apartamento de Tere a dormir.

Viernes 14 septiembre 84.

Salí solo temprano a terminar de ver el Jeu de Paume. En el segundo piso están las salas de Cezanne, Renoir, Van Gogh, Gauguin. Fui solo porque Anita y Tere se quedaron la noche anterior echando lengua hasta las 4:00 de la mañana.

Ya tarde, a la 1:30 pm me fui directo para donde los Motos. Anita llegó más tarde y almorzamos allí.

Hice la siesta y acompañé luego a Anita a la lavandería cercana. Hicimos mientras se lavaba la ropa, un mercadito, armamos la maleta y nos fuimos a una cita con Tere. Ella no apareció, así que continuamos a la estación del Lyon, pues el tren de Anita salía a las 7:30. Tere llegó al rato. Nos habíamos perdido por culpa de un clochard que estaba orinando.

Acomodamos a Anita en la cabina de las couchettes. Y al rato, llegó una pareja de viejitos italianos a la misma cabina, la cual tiene cabida para seis personas.

Cuando se fue el tren, fuimos con Tere al Arco del Triunfo, ya de noche. Luego, recorrimos los elegantes locales de los Campos Elíseos, entre otros el Lido, y tomamos después cerveza en un bar elegante que tiene el local de la Renault.

Comimos un sándwich, sentados en un andén, allí nos encontramos con un mexicano que buscaba el Lido, nos despedimos y yo me fui al apartamento de los Motos.

Sábado 15 septiembre 84.

Tomé el metro para la estación de la Ópera, en donde me había puesto cita con la tía Tere. La vi tan pronto salí del subterráneo. Lo primero que fuimos a hacer fue buscar un cambiadero de dólares. Luego, tomamos el metro de nuevo hacia el Sacre Coeur. Ya por los corredores, como por la salida, me di cuenta del cambio. Allí había una población extranjera diferente a la de cualquier otro sitio de París, especialmente africanos. Mendigos harapientos. Tere me dijo que sujetara la bolsa tejida en Colombia que llevaba, pues por allí no era raro el raponeo. Pasamos por toda una zona grande de comercio en almacenes y calles. Realmente se parecía a San Victorino o al San Andresito colombianos. Allí todo se compra a mitad de precio, especialmente telas.

Me sorprendió el parecido de los rasgos de los argelinos con nuestros campesinos, especialmente los cundiboyacenses, tal vez con más tendencia a canar cabellos y bigote.

Tomamos un funicular que nos llevó a la cima del monte donde está la iglesia del Sagrado Corazón, evitando así la subida por innumerables escaleras. Esto lo hicimos en parte porque estaba lloviendo y en parte por previsión al cansancio del día.

Entramos a la Iglesia. No recuerdo sino mucha gente en un sitio oscuro. Compramos en la puerta una marioneta para Juan Carlitos y rodeamos la iglesia para dirigirnos hacia la Plaza du Tertre, en Montmartre, a pocas cuadras de allí. Por el camino, Tere me invitó a comer unas enormes crepes.

En medio de la lluvia vimos a los pintores de la plaza al lado de sus pinturas, lo mismo que a los retratistas de los turistas.

Bajamos por las callejuelas enladrilladas y tortuosas, con una misteriosa belleza en cada rincón. Pasamos por el Conejo ágil, le Lapan Agile, sitio de reunión de los pintores y artistas parisienses. Tomamos luego una buseta, la única ruta de la ciudad que recorre todo Montmartre. No fue muy novedoso, pues no es mucho lo que se ve de esta manera, y menos con los vidrios empañados. Lo que es un arte es manejar por estas estrechas calles con carros parqueados al lado y lado.

Nos bajamos en el Boulevard de Clichy, ya en Pigalle, por una avenida repleta de sex shops, sex shows y todo relacionado con sex.

Por 10 francos anunciaban la visita a cabinas, en donde las mujeres se desnudaban en vivo a través de un vidrio, por 30 francos, una película de cine rojo, y por 50 francos, shows permanentes de desnudos en vivo. En ese momento decidí no entrar solo a quedar mal, sino volver con Anita cuando estuviera de vuelta.

Cuando íbamos a un restaurante al lado del Moulin Rouge, nos cruzamos con una mujer completamente drogada a mediodía.

Almorzamos muy bien con cerveza de aperitivo y partimos para la muestra del vestido, donde Geppetto, cerca del teatro Odeón, que de paso visité. Después visitamos la Iglesia y la plaza de Saint Sulpice, que no me llamó mucho la atención, tal vez por la continua lluvia. Luego, en un terrible cansancio, fuimos de compras al Les Halles. Quedada donde los Motos.

Domingo 16 septiembre 84.

Salí tarde a las 11:30 am, acompañado de Alfonsito, hacia el Palacio de Chaillot. Tomamos el metro Comerce-Passy, haciendo antes una parada para comprar mi maquinita de hacer cigarrillos. Decidimos allí visitar el Museo del Hombre. Pero es tan grande que solo pudimos conocer la parte arqueológica, con espectaculares restos de los esqueletos de los primeros hombres y tumbas. Se nos hizo tarde y salimos a almorzar donde los Motos.

El planeado viaje a Versalles se retrasó, pero por fin salimos con Lilian y Andrés. En Versalles se estaba llevando a cabo una feria deportiva o más bien de artículos deportivos. La atravesamos y llegamos al majestuoso palacio con su portentosa puerta Dorada. En la mitad de la Plaza de Armas se levanta la estatua de Luis XIV, que señalaba el punto hasta donde podían llegar los servidores. Al tener que escoger entre la visita al interior del palacio y los jardines, escogimos estos últimos. Estaban programados juegos de agua y, en efecto, se realizaron al poco tiempo en la Fuente de Latona. Hermosos, pero no satisfacían la expectativa ni el precio. Continuamos caminando por los jardines centrales, rodeados por estatuas, hasta un sitio en donde un chileno alquilaba bicicletas. En ella recorrimos en ángulo dos bordes del Gran Canal, que forma una enorme cruz hasta llegar al Gran Trianon.

Tampoco allí visitamos el interior, sino que continuamos por un camino en ascenso hasta el Pequeño Trianon. Por más que estaba prohibido, en aras del tiempo, entramos en bicicleta a recorrer los jardines por un estrecho caminito. Admiramos el Templo del Amor. Y continuamos hasta la mayor y más bella atracción, el pueblecito de Hamlet alrededor del gran lago. Son todas pequeñitas casas con molinos, haciendas, huertas, iglesia a imagen de un imagen de un pueblo. Se respira un aire de tranquilidad que no he experimentado en ninguna otra parte en mi vida.

El recorrido fue una mínima parte del sitio, pero bien valió la pena. Empezó a lloviznar, por lo que emprendemos a gran velocidad el regreso. También fue toda una experiencia. Como niños chiquitos, de nuevo desafiando la lluvia y la velocidad en bicicleta, con la falda de Lilian enredándose en la rueda de la cicla, pero sin que hubiera peligro, llegamos a devolver los aparatos de últimos, cuando ya todo el mundo los había entregado.

Satisfechos, nos montamos en nuestro tren de regreso a París, como a media hora de camino. También esa noche dormí en casa de ellos.

Lunes 17 septiembre 84.

Me dedico a visitar el Marais, el Barrio Judío. Empiezo, no sé por qué, partiendo del apartamento de Tere por el Boulevard hacia abajo, caminando hasta la Plaza de la Bastilla, cruzo hasta la Plaza des Vosges, en donde apaciblemente admiro de nuevo todo el castillo con la estatua de Luis XIII en el centro. Salgo por el pabellón de la Reina hacia el Hotel Carnavalet, pero solo lo puedo apreciar desde fuera, pues está cerrado. Caigo en cuenta que en lunes casi todos los museos están cerrados, así que me hago a la idea de visitar sólo los edificios de todo: Lemoignon, Rohan, Guenegaud, Archivos Nacionales (en donde me cuelo con unas ancianitas por los jardines y el vestíbulo) y la Iglesia de San Denis del Santo Sacramento. Nada en especial. Sólo un agradable parquecito (“prohibida la entrada para los perros”), tranquilo, el Parque de  G. Caín, en donde la gente puede leer, charlar, pasear, etcétera, sin que se la moleste. Ah, ¡sitios estos tan envidiables acá en Colombia! De regreso, ya tarde para el almuerzo, me tomo una cerveza por el camino, cansado en un cafecito en una mesita en la acera.

Almuerzo, luego con Tere en su apartamento, la acompañó luego a renovar su “chomage”. Vamos, luego donde Gepetto, mi sastre por mi vestido de pana. Vamos luego a un Uniprix cercano a comprar unos interiores y unas medias. Y terminamos yendo a ver El gato Fritz en el teatro École-Cluny, luego de tratar de asistir infructuosamente al teatro Zenith a un concierto de Jetro Thull.

Martes 18 septiembre 84.

También salgo solo a visitar los lugares de interés de la Casa de los Motos. Tomo el metro hasta la estación Muette, haciendo correspondencia en Trocadero, a visitar el Museo Marmotan. Me dio un poco de dificultad encontrarlo. Un niñito me ayudó a orientarme. Los zapatos de Gamuza que estaba estrenando me hacían doler los pies.

El Museo es pequeñito pero interesante. Está buena parte de la obra de Monet: El Sunrise, que dio el nombre al “impresión-ismo”, la serie de lirios y la de los puentes japoneses, también la del tren en la bruma. Compré luego unas postales y salí tarde hacia el apartamento de los Motos a almorzar. A mitad de la mañana tuve que buscar un teléfono por todo el barrio y no encontré sino uno, y al que le habían robado el disco. Pero me permitió conocer todo el quartier XVI. Muy elegantote.

Salimos por la tarde con la Motas y nos pusimos cita en el Hotel de la Ville con Tere. Mientras ellas compraban algo, yo me quedé admirando la fachada de la construcción. Es realmente bella, con todas sus estatuas innumerables. Me senté luego al borde de la fuente a escribirle a los gorditos, mientras muchas palomas correteaban a mi alrededor. Rodeando la construcción, fuimos luego con Lilian y Tere a ver el hotel de Sens, de estilo gótico flamboyante. Luego, pasamos a recorrer la isla de San Louis, en donde comimos unos ricos helados. El mío de sabor citrón-limón verde de tres bolas muy varoniles. Luego tratamos de ver los jardines de Luxemburgo, pero como era usual, ya estaba cerrado.

Caminamos entonces por una avenida de árboles que lleva al Observatorio, aunque no llegamos a él. Ya había oscurecido por lo que fuimos a unas pocas cuadras, a la Academia de la Cerveza. Allí pedimos cervezas de todos los países, especialmente la “Muerte Súbita” belga. Fue una rica rasca de los tres en la que hablé francés con un árabe de la mesa vecina. ¡Qué ambiente tan agradable! Y la Motas no soltaba la lengua. Tere sí, coqueteando con el muchacho, muy parecido a Fernando Zamora. Al salir, dejamos a Lilian en un taxi que la llevara a su apartamento y nosotros tomamos otro, pues a la 1:00 de la mañana ya no pasa el metro. Me quedé esta noche donde Tere.

Miércoles 19 septiembre 84.

Bastante enguayabados, casi no salimos. Llamamos a la Motas y quedamos en encontrarnos en Montparnasse, bajo uno de los relojes, rumbo a Chartres. Parece que el Padrino se había disgustado un poco por haber llegado ella, como debió de haber llegado.

Llamo por teléfono a Bogotá. No me deja muy bien la llamada. Melba me dice que Juan Carlitos perdió materias en el colegio y que está tonto. Margarita pasa, y lo único que me dice es “Papi, Mamita no está aquí”. Aplanchado, tomamos rumbo en metro y tren hacia Chartres. En el tren nos vamos comiendo ciruelas que lleva la Motas y durmiendo a ratos.

Llegamos a la ciudad. Es pequeñita, con calles desordenadas, adoquinadas y bonitas. Parece como de mentiras, como de coreografía. O de muñecas. Buscamos un búho para Anita en un almacén. Luego sí nos dedicamos a la Catedral, la cual es una de las cosas más bellas que conocí. Está construida en el más típico estilo gótico francés. Y se puede uno quedar horas enteras viéndola (como efectivamente lo hice, mientras Tere y Lilian echaban lengua), mirando sus innumerables estatuas y dibujos en los portales y vitrales. Creo que un cuidandero de la Iglesia hizo el estudio más completo de las 5000 figuras de estatuas. Son de todos los tamaños, posiciones y jerarquías. Allí notaba que las más bajas son las más mutiladas, mientras que las que están a cierta altura están más completas. Antes, asombra que no estén más destruidas en más de 700 años. Fue construida hacia 1200. O sea, unas 14 generaciones.

Rodeando la Catedral, entramos en unos jardines detrás de la construcción, la cual se encuentra en el borde de una altura, después de la cual se ve la región a un nivel más bajo. En un banco almorzamos con emparedado de queso y jamón, manzana y dulces.

Después continuamos dando la vuelta, pasando por un museo frente al cual había un pradito y una empedrada. Entramos a otro almacén especializado en vidrieras y tomamos luego café en un bonito establecimiento.

Volvimos ya sobre el tiempo, corriendo, a la estación del tren. Pero en vano, pues ya nos había dejado. Mientras esperamos el siguiente, estuvimos hablando en unos bonitos jardines cerca de la estación. Luego, sí tomamos el tren de vuelta. Esa noche también me quedé donde Tere.

Jueves 20 septiembre 84.

Desde temprano hay que pensar en el viaje a Italia, por lo que comenzamos por ir con Tere a las lavanderías. En una sábana, echa ella toda la ropa, la amarra y se la pone al hombro como una vendedora de botellas y papel bogotana. Y la llevamos a las lavadoras eléctricas de un local cercano a la estación de Oberkampf. Allí dejamos la ropa en la máquina y salimos a hacer las demás vueltas. La espero en el café de la esquina, mientras Tere va al apartamento. Luego, llevamos la chompa y el pantalón a otra lavandería en seco, muy amables, pero se tiraron la chompa.

Acompañé después a Tere al banco de ella, el cual no parecía tal, pues era como una oficina corriente con escritorios y una silla al frente. Me llamó la atención que están cerrados permanentemente y se debe timbrar desde fuera. Le tocó un cajero que le caía gordo y que ante el pedido de que le diera algo en suelto, le dio todo el pedido en monedas.

Por fin pudimos más tarde entrar a los difíciles Jardines de Luxemburgo. Bien valían la pena. Son unos fantásticos y tranquilos parques donde puede pasar uno el tiempo que desee, paseando o descansando. El Palacio es bonito, en estilo clásico y lo mandó construir María de Médici a imagen del Palacio Pitti, y es realmente parecido, pero pequeñito. Tiene terrazas, fuentes, estatuas, un parquecito de diversiones para niños y un teatro de títeres.

Salimos de allí para el Centro Pompidou, en donde tomé fotos desde lo alto y conocí la gran biblioteca. Fuimos luego al Quartier de l’ Horloge y después al apartamento, a preparar ya maletas. Con ellas listas, salimos para la Gare de Lyon de dónde salía el tren para Florencia, en donde me encontraría con Anita el día siguiente, luego de 13 horas de viaje. Compramos cosas para el trayecto, un cuarto de Armañac, jugos, ponqués y manzanas. Cuando llegamos a la couchette, que una correspondía al mismo tren en que se había ido Anita (el Galilei), ya estaba ocupado por tres personas. Empecé la botellita de trago, pues me parecía difícil la idea del viaje con personas con quienes no me iba a entender durante tanto tiempo.

Se creó una confusión porque dos personas iban con acompañantes, por lo que sumamos ocho y el cupo es de sólo seis, por lo cual hubo necesidad de aclaraciones. A las 7:30 pm partió el tren con exactitud francesa, vale decirlo.

Los integrantes de esta cosmopolita cabina eran Cristina de Italia, una cara joven y simpática; Rachel Kitz de Salazar de Estados Unidos, también agradable, hablaba algo de español milagrosamente y era bastante comunicativa. Un griego que me cayó mal desde el comienzo, basto y ordinario. Ambrosio o Bruno, no recuerdo bien, de Italia también; un muchacho joven, alto y con un fuerte olor a sudor. Yo y alguien que causó sorpresa cuando llegó: una monja francesa. Todos nos reímos maliciosamente. Pues creo que, si la situación no es fácil para nadie, imaginarse uno a una monja que va a pasar la noche con uno, es muy cómico.

Desde que partió el tren comenzamos a hablar con Rachel. Era escritora dedicada al estudio del Renacimiento y trabajaba en una casa editorial gringa. Hablaba español porque había estado casada con Salazar, un mexicano, artista, pintor, medio corrido. La monja se acostó, con sus hábitos puestos. Luego supimos que se los quitó en algún momento. El griego hizo algún comentario de que Rachel y yo no nos callábamos, por lo que nos salimos al corredor.

Mientras la monja francesa, ya jamona, se agachaba para hacer la cama, el griego hacía ademanes obscenos, como si le acariciara el trasero a la monja y decía, Santa Genoveva, Santa Genoveva. Pero era muy groserote, a pesar de ser simpático. Por ejemplo, se dedicó a echarle casi el humo en la cara a Santa Genoveva cuando ésta le insinuó que ese no era un vagón de fumadores.

Nos quedamos hablando en el corredor con Rachel y luego con el muchacho italiano que se nos unió, hasta las 11:30 de la noche tomándonos mi querido armañac, y seguimos luego con otra botella semejante que tenía el italiano. Luego nos entramos a acostar, pero dejé yo mi lámpara trasera prendida mientras leía, bebía y pasaba la botella al italiano hasta que se fue la luz. No debía ser por mucho tiempo, pero decidí tratar de dormir. No fue fácil, pues sentía mucho las luces de las estaciones y las separaciones de vagones.

Viernes 21 septiembre 84.

Me despertó la monja que se le vestía en la oscuridad. Tenía la cabeza rapada y una túnica negra. Estaba asustada porque había ya pasado la estación donde debía bajarse. Después se supo que estaba equivocada, pero despertó a todos.

Fue un lento amanecer. Pesado despertar con innumerables paradas. Recogimos luego los camarotes y fuimos con Rachel a comprar café. Y luego seguimos hablando. El griego se burló. Insistió en que no habíamos hecho nada distinto a hablar desde que el tren había partido.

Llegamos por fin a Florencia. Por la pasarela busqué a Anita. Habíamos quedado en que ella trataba de coger el primer bus de San Gimignano, para recibirme cuando llegara a las 8:50 am. Si no lo lograba, sólo llegaría hasta las 11 am. No la encontré, por lo que me hice a la idea de esperar dos horas. Acompañé a mi amiga a dejar las maletas en lockers mientras iba a buscar alojamiento, pues no tenía nada reservado. Nunca reserva. Pensé en acompañarla, pero afortunadamente no me decidí a hacerlo. Nos despedimos y me fui a buscar la oficina de cambios en donde nos habíamos citado con Anita.

Era un cuarto con una fila enorme y sin asientos, por lo que pasé a la sala de espera aledaña. Saqué un libro y un jugo y me senté a pasar las dos horas. Cuando había pasado casi este tiempo, oí por el altoparlante que me llamaban a la Oficina de cambios. No sé realmente que pensé, pero creo que me pareció que Anita siempre tan curiosita para hacer las cosas, me hacía llamar en esa forma tan particular.

Cuando entré a esa oficina, vi a Anita llorando que me salía al paso y me arrasaba. Yo estaba completamente sorprendido. Al rato, ya sentados a una mesa, nos contamos lo sucedido mientras desayunábamos. Anita se había levantado muy temprano en su hotel de San Geminiano, a unas tres horas de Florencia, pero cuando ya salía, se dio cuenta que no llevaba el Eurailpass, que era el boleto mágico de tren. Mientras lo buscaba, perdió el primer bus, por lo que decidió tomar uno lechero que la llevó a Florencia a las 10, una hora antes de lo que yo la esperaba. En el transcurso, encontró el pase. Cuando llegó, me buscó en la Oficina de cambios y al no encontrarme se imaginó mil cosas distintas. Fue a la policía en donde la trataron bastante groseramente y luego a información desde donde me llamaron.

Pasado ya el susto y el desayuno, nos reanimamos y salimos a aprovechar el tiempo, conociendo la ciudad. Cambiamos dólares por cantidades de liras y nos dirigimos al Baptisterio, luego de preguntar por el camino. Admiramos las puertas esculpidas, una por Andrea Pisano y otras por Lorenzo Gilberti. La edificación es en forma de octógono y es de mármol blanco con franjas verdes oscuras. Nos sorprendió desde un comienzo el descuido y la suciedad de las fachadas, luego de ver la impecabilidad de los franceses.

En un mismo lugar se encuentran el Baptisterio, el Campanario del Giotto y la Iglesia del Duomo, Santa María del Fiore.

Luego, a pocas cuadras y dirigiéndonos hacia el río Arno, se encuentran concentradas alrededor de la plaza de la Señoría, el Palazzo Vecchio y la Galería de los Uffizzi (de los Oficios). El primero sólo lo vimos por fuera. Al segundo sí alcanzamos a entrar y recorrer sus  vírgenes rodeadas de ángeles), Uccello (Batalla de S. Romano), De la Francesca (Retrato de Montefeltro), Botticelli (Alegoría de la primavera y El Nacimiento de Venus, algunos retocados), Filippino Lippi (Autorretrato), Van der Goes (Adoración de los pastores), Berrocchio-Leonardo (Bautismo de Cristo), Leonardo (Adoración de los magos y la Anunciación) y Rafael (León X). Además, el bonito Espinario (niño sacándose la espina del pie) en uno de los corredores.

A las carreras fuimos a la estación del tren y, por apresurados, nos subimos en un tren lechero que nos llevó a Roma en más de cuatro horas. Salimos a las 2:50 pm y llegamos a las 7 pm. Mala hora para llegar a una ciudad desconocida. Sin embargo, no cedía a la tentación de tomar taxi, sino que fuimos a un restaurante típico, compré un mapa, me ubiqué y descubrí que estábamos a pocas cuadras del Hotel Metropol, nuestro destino. Claro que con maletas grandes fue pesada la caminada.

Pero llegamos al fin y nos encontramos con la desagradable sorpresa que yo ya había temido, de que no figurábamos en las reservaciones. Pero, ante el cansancio, decidí que tomáramos allí una habitación, costara lo que costara. Y costó, me di cuenta más tarde, el equivalente a 100.000 pesos la noche, 160.000 liras. Además, Anita dio una propina exagerada a quien nos llevó las maletas, sin darse cuenta del cambio de moneda.

En fin, era una habitación como para reyes. Pero, de inmediato salimos a buscar una pensioncita más modesta para la noche siguiente y la encontramos en el Hotel Centro. Comimos espaguetis y volvimos desmayados a dormir.

Sábado 22 septiembre 84.

Nos levantamos muy temprano porque este día teníamos reservados desde Bogotá, un tour para Capri. Así que fue la noche más corta y más cara en aquel hotel de lujo. Sin embargo, lo aprovechamos al máximo. Nos bañamos en tina por la noche. Creo que Anita utilizó el secador y yo el lustrador de zapatos, el champú, etcétera.

Salimos sin desayunar, pues la partida era a las 7 pm y subimos al bus, cuya guía era una linda niña llamada Terry. Partimos por la carretera A2, que es de las principales vías que atraviesan toda Italia. Entre sueños vimos de lejos la abadía de Montserrat, Montecasino y el pueblo de Caserta, hasta llegar a Nápoles. Atravesamos la ciudad sin conocerla realmente. Lo único que recuerdo es el Palacio del Huevo.

En el puerto, nuestra guía nos entregó a Alfonso, otro guía, loco como una cabra, de boina y paraguas, parecido a un actor de la serie de televisión de los Hart Investigadores, llamado Max. Aquel loco nos metió en un inmenso barco-ferry, el Quirinal. Una hora duró la travesía relativamente tranquila hasta la isla de Capri. La isla es una belleza de blancas casitas cubistas en medio de un intenso azul del mar. Mide 6 km por 3, y una altura de 600 metros. Fue la zona de recreo del emperador Tiberio, desde cuyos peñascos se divertía despeñando a sus antiguos favorito. En una buseta pequeña ascendimos por una angostísima carretera hasta la cima para conocer la casa del escritor Axel Munthe sueco, autor de “La historia de San Michele”. Es una bonita edificación marmórea, llena de pasadizos huecos entre los niveles, históricos objetos de arte, caminitos silvestres y hermosas terrazas contra el lejano mar.

Almorzamos en un restaurante cercano y allí conocimos las distintas entradas en las comidas y los entonadores vinos. Compartimos la mesa con una pareja de norteamericanos, un obeso hombre con una dulce esposa. Yo empecé a practicar mi inglés, más escuchando que hablando.

Luego nos llevaron a una zona comercial en donde la mayoría de los turistas gastaron sus dólares. Nosotros recorrimos los alrededores. Bajamos luego en otra buseta pequeña y nos embarcamos de regreso para hacer una travesía diferente, hacia el puerto de Salerno y en una nave diferente. Esta era una embarcación pequeña que desde el comienzo se estremecía violentamente en el picado mar. Estuve en la punta de la proa y los vinos me hicieron sentir como un pirata, salpicado constantemente por la salada lluvia de las olas al chocar contra la nave. En mi gran emoción tardé en ver el malestar de Anita, que estaba para entonces verde de mareo. Casi la mitad de los pasajeros tuvieron que hacer uso de las bolsas de emergencia. Para acompañar a Anita, tuvimos que bajar al interior del barco a los baños, pero estos estaban ocupados por enfermos navegantes. En un momento miré a mi alrededor y sólo vi pálidos rostros.

Finalmente, desembarcamos y subimos al bus que cambió el panorama, ahora de regreso por la costa del Mar Tirreno. Vimos tomados de la mano con Anita, el más lindo atardecer de la vida sobre la inmensidad del océano. Atravesamos Amalfi, Pompeya, Herculano (muy de lejos) y Casertta. La cena fue en un restaurante grandísimo de Cassino. De nuevo nos sentamos a la mesa con nuestros amigos gringos. Botella de vino va y otra viene, y de nuevo está uno a medio palo.

Nos fueron dejando en los distintos hoteles. Nosotros tuvimos que descender, sacar nuestros equipajes e irnos a nuestro nuevo hotel.

Domingo 23 septiembre 84.

Temprano dudamos si partir a conocer las ruinas de Pompeya y Herculano, pero Anita se sentía mal, estábamos extenuados y la perspectiva de un día de locha nos venció. Además, si salíamos a la excursión, gastaríamos todo el día y no podríamos conocer nada de Roma. Así que nos quedamos pereceando hasta mediodía, y almorzamos luego en un restaurante con autoservicio. Empezamos entonces nuestro recorrido visitando el foro de Augusto rodeamos el mercado, por detrás del semicírculo, hasta llegar al foro de Trajano con sus columnas, que formaba una Basílica y una Biblioteca.

Bajamos por una gran avenida hasta el Coliseo, luego de ir Anita al baño en un café. El Coliseo es enorme y se recorta contra un cielo azul claro. Parece un arreglo coreográfico. Lo rodeamos completamente y penetramos a su interior a tomarnos una cerveza para mí y comerse a Anita una manzana en un restaurante que parecía salido de una película de los Picapiedra.

Con mapa en mano, volvimos a la Iglesia de San Pietro in Vincoli por unas calles y pasadizos enredados. Digo “volvimos” porque ahora recuerdo que empezamos el día fue por este lugar. Pero por la hora de almuerzo se encontraba cerrado la primera vez. Ahora, sí pudimos entrar a ver el Moisés de Miguel Ángel. Acá nos dimos cuenta de lo metalizados que son los italianos con el arte, pues al igual que otras obras en el interior de las iglesias, era necesario introducir una moneda, y no era barato, para que una lámpara iluminará las esculturas durante unos tres minutos solamente.

A la salida, compramos algunos búhos y postales, y partimos en un recorrido algo desordenado, pues era recorrer lo andado ya, el Foro Romano, pasando por el Foro de César y al monumento de Víctor Manuel II.

Entramos a la cárcel de Mamertino, en donde estuvieron presos San Pedro y San Pablo, según la leyenda. Oscura, fría, cavernaria y con una salida a un almacén de mercancías religiosas.

Del Foro mismo, no pudimos recorrerlo, sino verlo de lejos, ya que habían ya cerrado las visitas en su interior. El Arco de Séptimo Severo, el Templo de las Vestales y la Columna de Focas. Después, volvimos a dirigirnos hacia el Coliseo, pero visitando los sitios de interés que rodean el foro, el Templo de Antonino y Faustina, y la Basílica de Maxence.

De allí penetramos al Palatino (lindante con el Foro) por la Vía Sacra y pasando por el lado del Arco de Tito, y continuamos en una romería hasta el convento de San Buenaventura. Allí finalizaba el recorrido, pues el Palatino estaba ya cerrado. Entramos al convento como por inercia. Sin embargo, era muy bonito su jardín. Salimos al metro del Coliseo, que nos devolvió a las vecindades del hotel. Comimos en el mismo restaurante donde habíamos almorzado y volvimos al Hotel Central. No habíamos alcanzado a conocer (Anita a re-conocer) la Fuente de Trevi. En últimas, lo único que visitamos fueron los alrededores de la Avenida del Foro Imperial.

Quedamos sin conocer el Capitol, el Panteón, las Termas de Caracalla, el Vaticano y su museo, las Catacumbas, el Museo Nacional de Roma…

Lunes 14 septiembre 84.

Salimos temprano del Hotel Central hacia el Metropole, de donde salía la excursión por toda Italia a las 8:30 am. A duras penas alcanzamos al desayuno (café, tostada, pan, mantequilla y mermelada). Hicimos cola en ese hotel, luego de un susto de haber creído que habíamos perdido los tiquetes. Anita empezó a hablar con unos brasileños muy amables y simpáticos. Subimos al bus y empezamos el tour por Italia. Salimos de Roma y tomamos la carretera A1, que después de un buen recorrido, pero por excelente pavimento, nos llevó a Siena.

Nos bajamos en la plaza Matteoti y nos dirigimos por la Vía di Cittá hasta la Plaza del Campo, donde se llevan a cabo anualmente sangrientas carreras de caballos. Hay una bonita fuente, la Fuente Gaia, con palomas posándose en las cabezas de perros y madonas de mármol. Dominando la plaza, se levanta la alta Torre de del Palacio Público, que sólo alcanzamos a conocer, entrada por salida, a su patio central.

Recorrimos luego algunas calles estrechas hasta llegar al Duomo, en cuyo piso existen mosaicos y grafitis, formando siluetas de personajes. Al lado derecho de la entrada hay un alto mirador que no alcanzamos a trepar. Rodeando la Iglesia, visitamos en su respaldo el Bautisterio, pequeño y oscuro, con el pequeño púlpito de N. Pisano, que cuesta trabajo distinguir.

Volvimos al lugar de encuentro, subimos al bus y marchamos con destino a Florencia, relativamente cerca. Allí nos alojamos en el Hotel Auto Park, en donde descansamos un rato. Era un hotel moderno y confortable, con unas pesadas y extrañas cortinas de madera. Más tarde, salimos nuevamente en grupo al restaurante La Cortosa (La Cartuja), en una loma de la ciudad.

Fue una agradable noche, reunidos con otros muchos turistas de otras excursiones, con comida de muchas entradas, autoservicio estilo buffet, no muy exquisito, pero acompañado de gran cantidad de vino blanco. Nos sentamos a la mesa junto con un divertido italiano y su dulce esposa, una pareja de griegos y unas cubanas, con quienes ya habíamos hecho amistad antes. Creo que fue al almuerzo, en algún restaurante que no recuerdo el sitio. Hubo presentaciones de artistas, pianistas y cantantes que entonaron melodías de todos los países. Regresamos bastante tomados al hotel, ya tarde.

Martes 25 septiembre 84.

El desayuno al día siguiente fue bastante demorado y con mal servicio. Hablamos con una pareja extraña, de los que el esposo era un hombre que prendía un cigarrillo con otro, en el bus. Al frente, un grupo de estridentes jóvenes norteamericanos que no dejaban casi hablar. Y debíamos estar en esa mesa porque no servían en otra hasta no estar el cupo completo en alguna.

Salimos a las 8:30 am por nuestra excursión hasta el centro de Florencia. Era un día lluvioso. Empezamos visitando el Duomo ya conocido por nosotros, el Baptisterio y el Campanario de Giotto, a las carreras guiados por Alessandro, creo y cuidados en todo momento, por John (“Juanito”) para que no nos perdiéramos. Este último era un escocés muy buena persona y con ademanes de cura.

Por la vía Calzaivoli y pasando por Orsanmichele y sus nichos con estatuas, algunas de Donatello, llegamos a la Plaza de la Señoría.

Luego, regresamos a la galería de la Academia. Allí se hizo una conexión con otro guía italiano, un hombre alto y locuaz. Allí están el David y Los esclavos de Miguel Ángel, saliendo de la piedra. Tal vez empezamos fue por este edificio, pues recuerdo que estando en la Plaza de la Señoría, nos perdimos del grupo, quedando solos la brasilera y los dos. Yo saqué mis mapas y, como recordaba que el sitio de reunión era en la Iglesia de Santa Croce, seguimos la ruta hasta allá. Encontramos la gente visitando un almacén de solo cuero, de donde salimos a almorzar en un restaurante cercano con vino y pastas, el Restaurante Leo. Para hacer la digestión, apuramos a visitar la fachada del Palacio Pitti, pasando por el Puente Vecchio, con su comercio de piedras preciosas. En uno de estos almacenes, compramos uno de los muñecos de Juan Carlitos.

Volvimos preciso para tomar el bus de la excursión que nos llevó a Pisa, una ciudad completamente amurallada, gris y sin gracia, a no ser por su torre inclinada. En el corto tiempo que dieron, me trepé en la torre, asomándome a medida que subía por los torcidos balcones, a mirar a una Anita, cada vez más pequeña. Ella no quiso subir. Conocimos rápidamente la Catedral y el Bautisterio, admirando los púlpitos hechos por los hermanos Pissano. Tomamos algunas fotos con las cubanas y nos subimos al bus que nos llevó de vuelta a Florencia, al hotel Auto Park.

Al rato salimos a un supermercado, compré una botella de vino, queso y galletas, y nos fuimos al cuarto del hotel a comer tranquilamente.

Miércoles 26 septiembre 84.

Salimos a las 9 am del hotel con Anita en un brote de independencia y aburridos con el grupo de la excursión. Decidimos aprovechar las pocas horas libres que teníamos y nos fuimos solos a terminar de recorrer Florencia. A nuestra arriesgada aventura invitamos a las cubanas, pero cuando las preguntamos, ya habían salido. Un amable señor, ya de edad, que encontramos en la calle, nos dijo que para ir al centro nos servía la Ruta 22. Ese bus tomamos, tenía dos pisos, y nos dejó a una cuadra detrás de la iglesia de Santa María Novella. Nos dedicamos a los museos, primero el Museo de la Ópera de Santa María del Fiore, vimos las Cantorías tanto de Luca de la Robbia, como de la de Donatello. También de este último, el Abacuc y la Piedad de Miguel Ángel.

Luego, atravesamos la Plaza de la Señoría para llegar al Museo del Bargueño. Allí. permanecen el joven David de Donatello, el Mercurio de Giambologna, las terracotas de De la Robbia, el San Jorge de Donatello y el León Marzocco. Regresamos nuevamente al hotel en bus, en medio de charlatanes colegiales, también en un bus de 2 dospisos. El bus de la excursión ya nos estaba esperando para salir. Por primera vez, nos retrasamos hacia Padua, almorzamos en un autoservicio. Ya en la ciudad, atravesamos la Plaza del Santo, en donde se erige la estatua ecuestre de Gattamelata, realizada por Donatello. Tomé algunas fotos a Anita tratando de que se viera tanto la estatua como la Basílica con sus ocho domos, tan parecidos a los de San Marcos en Venecia.

Dentro, recuerdo mucho la Tumba de San Antonio, famoso por sus milagros y una fila de personas aspirando a tocarla, en un ambiente rezandero, parecido al que se respira en Montserrate. Y en otro sitio, muestran las vestiduras del santo. El púlpito es de Donatello.

Salimos de la Basílica y, a la carrera, nos separamos nuevamente del grupo y con la guía Michelin atravesamos unos bonitos canales, parecidos a los de Brujas. Pasamos por los Jardines Botánicos, que estaban cerrados a esa hora, y desembocamos al “Pratte della Valle”, un jardín inmenso al que llegan muchas avenidas, el cual está rodeado de estatuas, árboles antiquísimos y de canales acuáticos.

Una vez de vuelta al Grupo, el bus salió para Venecia, en un recorrido de unos 45 minutos. No recuerdo dónde nos dejó el bus, sino la llegada al hotel Carlton, que como todas las edificaciones que rodean el Canal Principal, mantienen su forma original. Y se sorprende uno que dentro del estas instalaciones de apariencia tan antigua, pueda existir tanto lujo y tanto modernismo. Comimos en el hotel con la pareja de griegos. Anita desbarató su teoría de que la muchacha fuera la amante del hombre ya maduro. Resultó ser este una persona muy amable y simpática, parecido al Tío Bill, el de la serie de televisión Mis adorables sobrinos. La compañera habló esta vez más, pero, aunque muy bonita, no era simpática ni sencilla como su pareja. Supimos por él las palabras griegas con una pronunciación parecida al español. A las 9:30 de la noche salimos a un recorrido en góndola por los canales. Fue muy emocionante. Hubo cantante, acordeonista, un “Sole mío” y cogida de mano con Anita.

Aumentó el entusiasmo el que fuéramos en Grupo, ya que las góndolas iban muy cerca unas de otras y el entusiasmo era contagioso. Viajamos junto con las cubanas. Por primera vez nos dimos cuenta de la cantidad de gatos que hay en Venecia, en las calles, puentes y barcos. En el recorrido nocturno, conocimos tanto el gran canal como los pequeñitos. Al desembarcar nos enteramos del reclamo de algunos pasajeros que viajaban individualmente, lo que nos hizo ver las ventajas del tour, que evita los arreglos directos con los italianos, tan peleadores y tramposos en ocasiones.

Jueves 27 septiembre 84.

A las 8:30 am salimos todos en fila por un puente que nos llevaba al Water Bus o Vaporetto, cruzándonos con colegiales que iban para el colegio. El ferry recorrió todo el Gran Canal, pasando bajo tres puentes, el más grande de los cuales era el Puente Rialto, hasta llegar al muelle o paradero del barco de la Plaza de San Marcos.

Lo primero que hicimos fue visitar en grupo la fábrica de Murano, a unas cuadras de la plaza. De allí, recuerdo solo una gran exhibición de los artesanos soplando los pitillos con los que hacen las botellas y, a medida que se van enfriando, ir dando las formas más extraordinarias con la mayor facilidad.

Entramos luego a la Basílica de San Marcos. de linda fachada, aunque una parte estaba en restauración. La entrada debía hacerse subidos en largos bancos de madera porque el piso estaba anegado. La oscuridad no permitía apreciar bien los trabajos en mosaico. Sin embargo, queda un buen recuerdo de todo ese estilo bizantino.

Al lado de la Basílica está el Palacio del Dogo. También lo visitamos. Recuerdo sus grandes salones, que se recorren uno tras otro, bajo la dirección de una simpática guía. En muchas paredes y techos hay pinturas del Veronese (Violación de Europa, Matrimonio) y del Tintoretto (Bajada de la cruz). Del Palacio se pasa luego a las prisiones, por el famoso Puente de los Suspiros, por donde, en otro tiempo, pasaban los prisioneros que iban a ser ejecutados. Se conocen las prisiones frías y un pequeño museo de armaduras y cinturones de castidad.

Otros sitios de interés de la plaza son el Campanario, al que Anita no me acompañó a subir, y la Torre del Reloj, con los dos gigantescos moros golpeando una campana cada hora con enormes martillos.

A la hora del almuerzo, escogimos un restaurante con autoservicio en donde comimos pasta y ensalada. En la tarde, aprovechamos una presentación de obras del Museo Del Cairo en una zona del Palacio Ducal. Se llamaba “El Tesoro del Faraón” y mostraba sellos reales, estatuas, momias, etcétera. Hicimos después un largo recorrido por las callejuelas estrechas y laberínticas, tratando de seguir los mapas, pero por primera vez, sentía yo que me perdía, y era imposible situarme en los sitios exacto. En un almacencito de estas calles, compramos un Amaretto di Saronno, con su rico sabor a almendras. El precio nos pareció sorprendentemente bajo.

Regresamos a la plaza y nos tomamos un par de cervezas en un café en donde tocaban una alegre música al aire libre. Dimos luego comida a las palomas. Vimos dibujar a un pintor de tos tuberculosa. Paseamos más tarde por la Piazzetta Brogglio (La Intriga), con sus dos columnas con el león y la estatua de San Teodoro. Tomamos finalmente uno de los vaporettos, que nos llevara al hotel. antes de la cena. Compartimos esta vez la mesa con un muchacho venezolano y la mamá.

Salimos después a caminar por el comercio cercano, en donde los precios eran altísimos, en comparación con los almacenes de las callejuelas internas. El Amaretto costaba el doble. Compramos, sin embargo, algunos objetos de vidrio en miniatura.

Viernes 28 Septiembre 84.

A las 8:30 de la mañana salimos de la ciudad vieja de Venecia y atravesamos el largo puente que la comunica con la moderna ciudad, y continuamos hacia Verona. De nuevo hacia el interior del país. Llegamos a esta ciudad a las 11:30 am, atravesamos las murallas que rodean la ciudad y descendimos en la Plaza Bra. Comimos un refrigerio y pasamos al anfiteatro Arena, con capacidad para 25.000 espectadores. Recorrimos todas sus gradas y admiramos la ciudad desde lo alto.

Nos separamos luego del grupo y recorrimos las calles, hasta llegar a la casa de Julieta. (Capuleto), novia de Romeo (Montesco). Se entra en un jardín interior, todo rodeado por muros con enredaderas. En uno de ellos está la estatua de Julieta en bronce negro. Desde un comienzo me llamó la atención que Julieta apareciera con el pecho derecho brillantemente dorado. Al rato me di cuenta de la razón, y es que todo el mundo se toma fotos al lado de la estatua de Julieta, y al hacerlo, pasan el brazo sobre sus hombros y le agarran el seno derecho. La casa misma no es muy interesante. Es una casa desocupada de tres plantas y unas escaleras empinadas que dan al famoso balcón.

Siguiendo nuestro propio recorrido, salimos y llegamos a la Plaza de la Erbe, antiguo foro romano en forma de óvalo, en una de sus de cuyas esquinas está una columna con un león, el cual es una réplica del de la Plaza de San Marcos en Venecia. En la actualidad, este sitio es una plaza de mercado, con puestos de flores, frutas y comida. Decidimos almorzar allí mismo. Compramos unas pequeñas y no muy ricas pizzas, y nos fuimos a comerlas en los peldaños de la escalera de un edificio. Muy cerca de este lugar está la Plaza de la Señoría, con la estatua del Dante en su centro. Volvimos al bus y partimos hacia Milán, haciendo una parada intermedia en el Lago de Garda (en Desenzano di Garda).

Llegamos a un hotel de Milán cercano a la Plaza de la República. Como allí terminaba nuestra excursión, debíamos dejar el grupo. Pero aún era muy temprano para el tren que salía de la Estación Central hacia París, así que dejamos las maletas en el cuarto de las cubanas y salimos con ellas a visitar algo de la ciudad. Tomamos el metro, parecido a los trolis o tranvías colombianos, y yo iba siguiendo la ruta con mi guía Michelin. Nos apeamos lo más cerca posible del Duomo. Para llegar a él, pasamos cerca al teatro Scala, luego atravesamos la Galería Vittorio Emmanuel con sus gigantesca techumbre de cristal y sus innumerables almacenes y cafés de precios prohibidos. Dimos vuelta a la enorme catedral, la mayor de las conocidas en toda Europa, todo en mármol blanco. Las cubanas nos tomaron una foto a Anita y a mí en sus portalones, antes de visitar el interior. Nos despedimos de ellas para ir a cenar en un restaurante de autoservicio muy costoso, en donde nos cobraron hasta el derecho a utilizar los cubiertos.

 Volvimos al hotel (el Embajador, si no recuerdo mal), y estábamos esperando a que las cubanas Beatriz y Zenaida terminarán de comer, cuando Anita cayó en cuenta que el tren ya nos había dejado, pues había salido a las 8:55 pm. Sacamos las maletas de afán y nos informamos en el recibidor del hotel que había otro tren que pasaba por la estación Garibaldi, no por la Central, como el que, por error, habíamos perdido.

Tomamos un taxi y en la estación esperamos la llegada del tren. Cuando éste llegó, Anita se subió a ver la posibilidad de comprar las couches, con buen éxito. Golpeamos en la cabina y nos abrió la puerta una norteamericana en baby doll, adormecida. Cuando le dijimos que íbamos a hacer sus acompañantes, tuvo que recoger todas sus prendas, que había dejado por toda la cabina, pues tenía el convencimiento de que terminaría en un viaje con toda la cabina para ella sola. Se llamaba Penny. Al rato llegaron otros dos pasajeros, Paul, el australiano y una francesita punk y maloliente. Hablamos un poco en la penumbra, de edades y experiencias, antes de acostarnos a las 10 pm.

Sábado 29 septiembre 84.

Llegamos a París, a la Gare du Lyon, a las 8:45 am, luego de casi 11 horas de viaje. Como cosa ya familiar en estos trenes, Penny apareció ya vestida debajo de las cobijas. Era ya el último día en que podíamos utilizar el Eurailpass, y aún no habíamos utilizado el TGV, por lo cual busqué en todos los itinerarios para ver si podíamos ir y volver el mismo día, pero ninguno lo hacía, así que tuvimos que desechar la idea. E irnos juiciosos para el apartamento de Tere en metro. Allí desayunamos con ella y salimos luego a lavar ropa. La cual, por accidente terminó toda manchada de azul. Almorzamos y yo me quedé descansando toda la tarde mientras Anita y Tere salían a encontrarse con Uldarico y hacer algunas compras. Cenamos en el apartamento, acompañados de un buen vino.

Domingo 30 septiembre 84.

Para este día teníamos programado el viaje para Londres, por lo cual, nos levantamos un poco tarde a preparar maletas y salir apurados a la Gare du Nord para tomar el tren que partía a las 11:30 am hacia Calais. Cuando llegamos, nos sorprendimos al encontrar vacío el tren que debería estar ya próximo a salir. Nos confundimos y pensamos que el que nos correspondía ya había partido. Hasta que Tere cayó en la cuenta de lo que había sucedido. Ese día habían cambiado la hora de invierno, lo cual significaba que en lugar de las 11:30 eran las 10:30, oficialmente. Esto me dejó extrañadísimo, pues no sabía que uno pudiera ganarse una hora en la vida, sin viajar en un avión, claro.

A nuestro lado, o mejor, al lado de Anita, porque los dos ocupábamos los puestos de las ventanillas, se sentó Menáz, una mujer iraní con su hijita Sara. La mujer vestía el atuendo de su pueblo. Al poco tiempo, Anita trató de hablar con ella en diferentes idiomas, pero fue imposible la comunicación.

El tren pasó por las estaciones de La Tour. Boulogne y finalmente, Calais. En alguna parada subió una canadiense muy linda llamada Susan. Era abogada y muy simpática. Para soltar mi lengua, pedí una cerveza. Ella me acompañó con otra, y así se pasó el viaje muy rápido. Bajamos en Calais con nuestra pequeña maleta, y en fila, entramos por un túnel en el que nos llevó al ferry que nos llevaría a Inglaterra. Era un monstruo de barco con un sótano de autos y dos pisos de salas para la gente. Logramos sentarnos en un sofá colectivo que semi rodeaba una mesa. Cabían unas 10 personas. Mucha gente iba de pie, sobre todo grupos de jóvenes ingleses vestidos con la moda punk, casi todos bebiendo cerveza. El vaivén del barco empezó a hacer estragos en los estómagos de los pasajeros, que iban y venían corriendo en zigzag, cogiéndose de los demás para no caer. Fueron dos horas de viaje, al fin de los cuales llegamos a Dover.

Desembarcamos y pasamos al control de aduanas. Allí fue interesante ver un trato hacia los gringos muy diferente al que usualmente habíamos observado en Europa. En una fila estaban los ingleses y los nativos de los países de la Comunidad Europea y en la otra, los demás latinos y gringos, mezclados para gran molestia de estos últimos. Yo estaba un poco nervioso por todas las historias que había oído sobre el terrible efecto que causaba el pasaporte verde y ya casi me sentía ultrajado por los policías antinarcóticos. Sin embargo, fue una sorpresa la amabilidad con que nos trataron. Un querido señor nos preguntó a casa de quién íbamos, por cuánto tiempo, con qué objeto y terminó deseándonos una feliz estadía.

Seguimos en fila hasta un tren que nos llevaría hasta Victoria Station. Este tren era muy diferente a los franceses, ante todo por lo antiguo. Llegamos ya de noche a Londres y descendimos a una gran estación. De allí llamamos por teléfono a Beatriz, quien nos dio las instrucciones para llegar a su casa, bien por taxi o bien por metro, el cual es llamado allí Underground o, familiarmente, Tube. Estábamos bastante retirados de la casa en Corinne Road.

Primero, hicimos el intento de tomar un taxi, pero las filas eran bastante largas. Preguntamos a un policía, vestido con el clásico traje oscuro y casco negro, con la insignia grande y plateada en el centro. Éste nos indicó el sitio donde podríamos tomar el Tube. Pasar la calle fue toda una experiencia, ya que por primera vez nos enfrentábamos a los carros viajando todos como en contravía, debido al timón a la derecha.

Tomamos el metro en la parada de Victoria, con la advertencia de Beatriz de que debíamos cambiar de ruta en Euston, y tomar el metro que se dirigía a High Barnet, y no el de Edgware, que también transita por esta estación, y bajarnos en el Tufnell Park. Así lo hicimos y fue una. proeza llegar a la casa de los Wakely, sin mayores dificultades.

Pat tenía invitados de la Universidad: Davinda de Kenia; Peter, Emma y Caroline de Inglaterra: Babar de Pakistán, Beatriz y las niñas. Fue un grato recibimiento y estuvimos bebiendo hasta la 1:00 de la mañana. Tienen una bonita casa de muchos niveles, decorada con el buen gusto de los dos. No nos dejaron en el apartamento del sótano, sino un cuartito de huéspedes, integrado a sus habitaciones y baños.

Lunes 1° octubre 84.

Nos levantamos a las 8:30 de la mañana. Tuvimos luego un largo desayuno con huevos, ponchados y muchos chismes. Disfrutamos una discusión de un extranjero con los empleados. Allí compré mi indispensable guía Michelin de Londres, en inglés. Volvimos luego a casa. Llamamos a los niños desde allí y luego Beatriz nos llevó en carro (no era muy apta manejando un Renault 5), hasta un agradable  Pub para el almuerzo.

Nos independizamos más tarde y tomamos el Tube para Picadilly Circus, en donde hicimos un tour por Londres, trepados en el segundo piso de uno de los clásicos buses rojos, que por 3 Libras por persona, hacía un recorrido que daba una idea general muy rápida de la ciudad. Salió el bus a las 3:30 pm. Los puntos de interés por los que transitó fueron Trafalgar Square,  la BBC, el Hotel Savoy, la Corte Real de Justicia, el Monument, la Catedral de Saint Paul. Atravesamos luego un puente sobre el río Támesis hasta el otro costado, el London Bridge, desde donde se tenía una magnífica vista del Puente de Ta torre (Tower Bridge), y el edificio de la Torre. Cruzamos luego el barrio de Soho, de nuevo en el costado de arriba del Támesis. Pasamos luego cerca del Templo, después de la Catedral y el Palacio de Westminster, la calle de Pall Mall, la estatua de Carlos II (el deudor), el palacio de Buckingham, en medio de inmensos campus amurallados, y finalmente por White Hall y por el Obelisco en la ribera del río.

Ya ha terminado el Tour, fuimos de compras por los almacenes, buscando miniaturas para los regalos y vi un exprimidor de naranjas. Entramos a pasear por el Green Park, uno de esos inmensos prados que hay en Londres, atravesados por caminitos, en donde con nuestra mentalidad de colombianos pensábamos con Anita que era un ambiente propicio para el atraco. A la salida, entré en un a un baño público en donde me encontré con la sorpresa de que allí no se cobraba, había jabón y, lo más extraordinario, había papel higiénico.

Regresamos en metro a casa de los Wakely. Ellos tenían invitada a comer a Chela, la primera esposa de Pat. Fue una rica comida picante acompañada de una buena ingestión de whisky que provocó y facilitó mi inglés. Nos acostamos a las 12:30 de la noche.

Martes 2 octubre 84.

Nos levantamos a las 9:00 de la mañana. El desayuno fue larguísimo, como siempre allí en Londres, y salimos hasta las 10:30 am. Visitamos, ya a pie, la catedral de Westminster. No pudimos entrar porque había alguna ceremonia oficial. Recorrimos el frente del Palacio del mismo nombre, pero también por fuera, porque es no había visitas. Pregunté a un oficial el motivo, pero no entendí la respuesta. Anita me la tradujo. Creo que se trataba de una reunión oficial.

Me llamó la atención el poco interés de los ingleses porque los turistas conozcan sus sitios de interés, porque lo anterior se repitió luego: muchos lugares que estaban cerrados no se encontraban fácilmente o estaban ocupados. Esto, a diferencia de lo que sucede en Francia y en Italia.

Pusimos un montón de cartas al correo por allí cerca y nos fuimos caminando por White Hall, en dirección a la Plaza de Trafalgar. A mitad de camino entramos a la Guard Horse, en donde vimos una parada militar. Ya en Trafalgar compramos un par de sándwich, almuerzos y nos sentamos en un banquillo a comer, mientras volaban a nuestro alrededor cientos de palomas.

Entramos más tarde a la National Gallery, en donde pasamos buena parte de la tarde y alcanzamos a visitarla íntegramente. Recuerdo el San Jorge y el Dragón y la Batalla de San Romano, de Uccello; La Virgen de las Rocas, de Leonardo, de la cual compré afiches de la cara del ángel; el matrimonio de los Arnolfini, de Van Eyck; y toda la sala española: Velázquez, el Greco, Murillo, Zurbarán y Goya.

Al salir del museo tuvimos un pequeño encuentro con Anita por un “chiste”, pero no recuerdo cuál fue. Amoscados, recorrimos Covent Garden, para contentarnos comprando cosas en un curioso mercado de puestos apeñuscados, en el que se encontraban las cosas más inusitadas. Compramos cerámicas, rompecabezas y la holografía. De regreso, vimos una interpretación de música clásica hecha por una muchacha con su violín. La gente le daba al final monedas que echaban en un sombrero. Volvimos a la casa de nuestros huéspedes, en donde nos esperaban unos sabrosos espaguetis. Nos fuimos temprano a la cama esa noche.

Miércoles 3 octubre 84.

La mañana fue aún más gris y lluviosa que de costumbre. Además, empezábamos a sentir ya el cansancio del viaje o era la lluvia la que lo producía, no sé. A las 11:30 salimos ya desayunados hacia Westminster a seguir los consejos de Beatriz de que hiciéramos el recorrido en barco por el Támesis. Nos embarcamos en un planchón grande, casi desocupado y con mesitas de colores al lado y lado. Nos llevó sin mayores novedades ni emociones hasta The Tower.

Bajamos y entramos al bonito lugar, todo amurallado y construido de piedra grande y con prados hermosos en los alrededores y en el interior. Hubo que escoger entre las distintas cosas que ver, porque teníamos cita con Beatriz a las 3:30 pm. Entramos a ver las joyas de la corona, espectáculo soberbio de oro y piedras preciosas, expuestos en una urna gigantesca, como una caja fuerte muy vigilada, en donde los espectadores van siguiendo una ordenada fila sin poder detenerse. Cerca está el lugar en donde fueron ejecutadas casi todas las esposas de Enrique VIII (Power Green).

Después, recorrimos los tres pisos de la Torre Blanca (White Tower), la cual es como el edificio central de todo el conjunto: es como un museo de armas, en donde se ve la evolución del diseño de armaduras, lanzas, espadas, pistolas, ballestas, etcétera. Finalmente, yo visité ya a las carreras, la sala de los instrumentos de tortura.

Almorzamos con un par de sándwiches (nos orientó un amable señor) y tomamos el metro a la cita con Beatriz, que era en la librería Dillon. Pero las compras siguieron: ropa para los niños en Modercare, artículos de papelería, curiosidades en un Hábitat, y preguntar precios de cámaras fotográficas. Esto último, debido a que la que había llevado cada vez estaba peor.

Volvimos luego a casa, después de unas ricas onces, creo que en Hábitat, y también fuimos a la cama temprano.

Jueves 4 octubre 84.

Este día sí nos levantamos temprano, y ya a las 9 am estábamos saliendo hacia Moderncare a cambiar el vestido de Margarita. Luego, fuimos a comprar la cámara Nikon, al sitio que nos dijo Pat. Luego, fuimos a la Universidad de Londres, pues Anita tenía una cita de trabajo con Caroline Mosser. Yo la dejé allí y me escapé al Museo Británico.

Al entrar me di cuenta que era tan monstruosamente grande, que era inútil tratar de recorrerlo. Preferí conocer unas salas bien detalladas, las egipcias. Fueron diez salas de momias y gatos momificados, objetos domésticos y reales, papiros, sellos, etcétera.

Y volví por Anita. Almorzamos cerca en Euston Plaza con sándwiches. Se estaba volviendo esto una costumbre y compramos los binóculos allí mismo. Preguntamos por el hospedaje de Miryam, que ya pronto llegaría, al otro día, creo.

Y luego más compras de ropa. Fuimos a un Top Shop, en Circus Piccadilly, en donde compramos los sacos de manga murciélago, de Anita. Luego a Mark and Spencer, en Oxford Street por los sacos de Cecilia, luego a reservar los pasajes de ferry para la vuelta a Francia, luego a comprar un ponqué en Conduit Street porque Beatriz cumplía años, y ya en las vecindades de la casa de ella, compramos un rico vino y la cacerola para los huevos pochados.

Esa noche fue la fiesta de cumpleaños de cuyos estragos quedó quedaron testimonios en las fotos: vino, whisky y aguardiente. Charla, música, amacice y baile movido. Los participantes: Sussy, Tracy, Beatriz, Pat, Anita, Yo, Iona, Ellara y Teresa, la hija de la coqueta Tracy.

Hora de finalización, la 1 a m.

Viernes 5 octubre 84.

Levantada tarde, por razones obvias. Salimos a las 10 a buscar el Temple en medio de la lluvia y nos empapamos tratando de encontrarlo, pero al final de un largo recorrido, estaba cerrado. Mis zapatos estaban rotos y, por lo tanto, también tenía mojados los pies, así que decidimos entrar al primer Pub que encontramos, y que resultó maravilloso. Era un sótano a media luz entapetado y calientico con juego de dardos y todo. Nos tomamos un par de cervezas y luego almorzamos con una rica pasta, compartiendo una pequeña mesita con dos hombres como de negocios. Cuando salimos, había escampado un poco, tomamos un el Tube hasta Oxford Circus y compramos en el Top Shop la chaqueta azul y las botas de Anita.

Luego en otro almacén mi suéter “Para él”. De vuelta, compramos el egg-boacher. No fue antes, como dije. Ya en la casa, yo me acosté a dormir mi guayabo, mientras que Anita se quedaba hablando con Beatriz. Salimos ya a las 7:30 pm a encontrarnos con Miryam, y la acompañamos a comer en el restaurante del Hotel Rosell. De vuelta a donde los Wakely, perdimos las llaves que nos habían dado, no sabemos cómo. Dormimos temprano.

Sábado 6 octubre 84.

Nos levantamos a hacer maletas, desayunamos con Pat, nos despedimos y tomamos el tren para Dover. Allí esperamos el bus que lleva al Hover Puerto, en donde compramos whisky. El Hovercraft resultó un medio de transporte raro pero divertidísimo. Es un barco que vuela sobre el mar. Tiene como unas faldas que le permiten formar un colchón de aire en su inferior, y se mueve impulsado por hélices horizontales y verticales en lo alto. Su interior es como el de un avión, con sillas cómodas, unas tras otras. La incomodidad la impuse yo, llevando la maleta conmigo.

Esta vez no volvimos a Calais, sino que llegamos a Boulogne, en un recorrido de solo 40 minutos versus las dos horas del Ferry. Y no es mucha la diferencia en dinero. De allí tomamos nuestro tren para París, en primera clase, y utilizamos el último día del Eurailpass.

Ahora veo que antes relaté equivocadamente esto, contando lo del intento de viajar en el TGV, pero todo eso fue en realidad este día. Llegamos finalmente al apartamento de Tere, quien nos esperaba con comida, vino en exceso y hasta striptease de Anita.

Domingo 7 octubre 84.

¡De nuevo París! Ciertamente hay una gran diferencia en los recuerdos de esta ciudad, aunque no sepa explicar el por qué. Con Anita y Tere salimos a encontrarnos con Uldarico. Ya los cuatro, tomamos el RER hacia Saint Germain en Laye, para visitar allí el Museo de Antigüedades Nacionales. Es un antiguo castillo feudal con pozo a su alrededor y puente para entrar, en donde se encuentra grandes colecciones arqueológicas sobre la Edad de Piedra (Paleolítico, Mesolítico, Neolítico) y de la Edad de Bronce y de Hierro. A la salida, fuimos a almorzar al apartamento de Uldarico, vino delicioso y cuentos de su familia.

Llamamos a Lilian Motta, y nos pusimos una cita con ella, para ir al Museo Nacional de Arte Moderno en el Centro George Pompidou (Uldarico y Tere fueron a cine). Secuencialmente, se ven escuelas y pintores. Fauvismo-Cubismo-Expresionismo Abstracto (Picasso, Derain, Matisse, Braque, Kandinsky, Chagall, Klee, Picabia, Bonnard), Dada y Surrealismo (Miró, Dalí, Calder, Ernest) y Arte Contemporáneo (Moore, Giacometti, Bacón, Ben).

A la salida fuimos a ver un espectáculo callejero cercano: el Reloj del Defensor del Tiempo. Toda una escena metálica moviéndose. Un hombre con una lanza, un dragón y un mundo.

Nos despedimos de Lilian y fuimos a quedarnos donde Tere.

Lunes 8 octubre 84.

Salimos todos a las 9:00 de la mañana. Tere y Anita a hacer compras. Yo, al apartamento de los Motos a recoger el resto del equipaje que nos habían guardado. Luego, regresé con las maletas a casa de Tere, en donde almorzamos los 3 pm. Salimos luego a reservar ya el vuelo a Bogotá. Yo estaba con dolor en una pierna, así que las dejé que siguieran y entré solo a cine a ver “Cármen” de Rossi. Salí todavía de día y caminé bastante, pasando por frente de la Biblioteca Nacional. Me dio hambre, así que entré a una bizcochería, compré mis onces y fui a comérmelas en el Palais Royal.

Regresé luego al apartamento de Tere, en donde estuvimos hablando los tres hasta tarde.

Martes 09 Septiembre 84.

Nos levantamos a las 9:30 am. Hace mal tiempo. Anita, Tere y Consuelo se van al salón de belleza. Yo me voy solo a tratar de recorrer lo que me falta. Escojo Pere Lachaise. Me defiendo con las direcciones y los mapas. Es un cementerio hermoso, pero sobrecogedor. Veo las tumbas de la Piaf, Rossini, Colette, David y el Muro de los Federados. Bonitas esculturas, algunas escalofriantes, muchos gatos, mucha soledad para estar allí uno solo. Salí.

Estaba algo deprimido pero con arranque de independencia, así que busqué por el camino un sitio donde almorzar y lo hice en una pizzería. Era un barrio feo, este de los alrededores del cementerio, así que saqué mi mapa y tomé un el metro hacia la Plaza de la Nación. Nada en especial, salvo prostitutas semidesnudas, feas, en pleno día.

Salí hacia los Jardines Botánicos, pero tuve mi primera pérdida y no pude llegar. Además, estaba lloviendo. Cambié de sitio y fui al Arco del Triunfo. Subí a la terraza, en ascensor, y tomé fotos.

Volví a las cuatro, a donde Tere pues tenía cita con Anita, No quería dejar París, sin visitar Pigalle. Salimos juntos y entramos en un striptease en el que se presentó una lindísima tailandesa y otras tres mujeres. En una mesa cercana, hubo una discusión por la cuenta. Salimos porque teníamos cita con los Motos y con Tere, en Saint Michelle. Allí tomamos unas cervezas y fuimos luego a un restaurante griego a celebrar el cumpleaños de Anita. Fue una comida deliciosa, en especial las hojas de vid. Había vino, mucha gente, alegría, baile sobre vidrios, cantos griegos y botellas para romper a la salida. Allí invitamos a nuestros padrinos a Pigalle. En el metro casi me cogen los controladores, porque se me había refundido el tiquete.

Fue una noche de locura. Nos sentaron en primera fila y una de las primeras mujeres de striptease sacó a bailar a Tere. Luego una negrita se sentó sobre Bernardo y cogió a Anita. Lilian, mientras, se pasó a otra mesa, carcajeándose de los nervios. Salimos, nos despedimos y regresamos a casa de Tere, en donde continuaron los shows.

Miércoles 10 octubre 84.

Salimos de compras temprano con Anita y Tere a las Galerías Lafayette, al lado del Hotel de Ville. Cambiamos dólares. Fuimos al Centro Pompidou a comprar reproducciones para los niños. Comimos Paletas. Fuimos a casa de los Motos por la maleta negra. Volvimos donde Tere a prepararlas. Idas y venidas, corriendo. Llegaron más tarde los Motos con champaña y el regalo para Anita Llanto y abrazos. También fotos con mi cámara nueva.

Finalmente, la triste salida de todos con pesadísimas maletas a tomar, primero el metro y luego el RER para el aeropuerto. Nos acompañaban también los muchachos Andrés y Alfonso. Nos tomamos una cerveza, nuevas despedidas y por fin, a abordar el avión.

Casi todo el tiempo la pasamos durmiendo, salvo una escala de hora y media en Fort France en Martinica, y luego una hora en Caracas. Y, por fin, Bogotá.

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